La polémica entre el periodismo “militante” y el “independiente” me recuerda, en algunos aspectos, a la que desde hace añares divide a los economistas en “ortodoxos” y “heterodoxos”.
La razón por la cual los cultores de la ciencia hija de Adam Smith han estado, están y con seguridad estarán envueltos en tan dura porfía es que el análisis económico tiene, según lo observó John Neville Keynes (el padre del célebre John Maynard), dos planos. Uno es el de la “economía positiva”, que trata de conocer y describir la realidad tal cual es; el otro es el de la “economía normativa”, donde se ubican las propuestas sobre lo que debe ser.
Los economistas suelen estar casi unánimemente de acuerdo respecto del “ser”. Los problemas empiezan cuando pasan al plano normativo, donde influyen las ideologías, la ética, los sentimientos, los prejuicios y, a veces, hasta los principios religiosos. En otras palabras: afirmar que el PBI es de tantos miles de millones de dólares es algo que no generará disputa; en cambio, sobre lo que habría que hacer para que ese indicador crezca un cierto porcentaje, se escucharán sin duda intensas discusiones.
Un punto central del debate entre la ortodoxia y la heterodoxia es el papel del Estado en la economía, que para los primeros debe ser mínimo y para los segundos, substancial. De todos modos, y al igual que en el caso del periodismo, el único requisito exigible a quienes argumentan al respecto es, por supuesto, la honestidad intelectual, de manera que el destinatario del mensaje sepa de antemano la posición ideológica, ética, etc. desde la cual fue emitido.
La analogía que me parece advertir entre esta cuestión y la de los periodistas tiene su origen en la dicotomía entre la captura y exposición de la información (lo que “es”) y la generación de opinión (el “deber ser”). Desde esta perspectiva, entonces, podríamos concluir con bastante rapidez que la trifulca entre independientes y militantes se eternizará al igual que la de los economistas, admitiendo de paso que no está mal que así sea, porque refleja la diversidad de opiniones. Sin embargo, creo que el asunto admite otros enfoques.
- ¿Qué es lo que es?
La exacerbación en nuestro país del debate económico, tal como se ha dado en los últimos años, se origina en que lo que “es”, ya no es lo que era. Esto viene ocurriendo a partir del momento en que ciertas estadísticas económicas oficiales empezaron a ser “toqueteadas” más o menos burdamente, con su consecuente pérdida de credibilidad. Entonces ya no discutimos, por dar un ejemplo, acerca de cómo hacer para disminuir la pobreza a cierto nivel, sino sobre cuál es la proporción de habitantes que sufre esa condición: ¿10%, 20%, 30%? La exigencia de la honestidad intelectual, entonces, tiene que desplazarse del plano normativo al positivo, para examinar si lo que se dice que es, constituye un insumo de calidad aceptable para elaborar propuestas sobre lo que debe ser.
En el campo periodístico, y especialmente en la parcela que se ocupa de las cuestiones políticas, ocurre algo bastante parecido. Aquello que se ha dado en llamar “el relato” del oficialismo y sus adherentes-militantes tiende a sustituir a la información objetiva: v.g. “sintonía fina” por “ajuste de cuentas fiscales”. Así, la discusión sobre lo que debiera ser pierde sustancia, porque parte de una materia sobre la que no hay acuerdo.
- Buenos y malos
Hay un problema adicional. La adhesión a un determinado esquema o programa político es asumida por los periodistas militantes con un grado tal de fervor que, así como los conduce a no respetar ni admitir voces diferentes, elimina la posibilidad de la revisión de las propias ideas. De tal forma, el militante renuncia de antemano al enriquecimiento de su visión a partir del intercambio y la autocrítica. Sus convicciones adquieren un carácter casi religioso, porque se basan en la fe antes que en la comprobación: la duda jamás lo ataca.
Lo anterior se manifiesta en un maniqueísmo rígido, en una división de insondable profundidad que separa sin matices no sólo a los periodistas, sino también a los economistas. Así, de un lado –el de los malos- se agrupa a los economistas ortodoxos o “neoliberales” (dando a este término el carácter de insulto), junto con todos y cada uno de los periodistas que no suscriben el relato oficial. El otro lado de la fosa excavada por los militantes, está reservado a los buenos, es decir: ellos mismos y los heterodoxos o “keynesianos”. De tal modo se explica que quienes, como el suscripto, suelen encontrarse a mitad de camino entre esos extremos, sufran recurrentes crisis de identidad…
En dicho escenario, los malos son perfectos en el ejercicio de su rol: sirven a los poderes ocultos, están en contra de los humildes, traicionan a la patria, pretenden destituir al gobierno democrático, conspiran sin pausa. El pasado los condena, todos tienen en sus placares esqueletos a ventilar mediante videos de You Tube o carpetas de servicios de inteligencia. Los buenos, por su parte, son buenísimos: combaten sin descanso a los poderosos, aman a los pobres más que la Madre Teresa, son tanto o más patriotas que San Martín, rezuman por los poros cataratas de fe democrática y piensan, a tiempo completo, en hacer el bien a sus compatriotas. Los avala un pasado sin mácula, o cuidadosamente olvidado. Ejemplo de esto es el caso del economista Aldo Ferrer, uno de los íconos máximos en el campo de los buenos pese a sus antecedentes como ministro de los dictadores Levingston y Lanusse. No es el único.
Mensaje respetuoso de un dinosaurio a periodistas militantes: el paisaje de la realidad no está pintado sólo en blanco y negro. La paleta de colores es amplia y diversa, y aceptar sus múltiples tonalidades permite apreciar mejor la complejidad del cuadro.
(Publicado en la edición de El Diario del Fin del Mundo del 23/01/12).