viernes, diciembre 22, 2006

ME GUSTAN LAS FIESTAS


El sentido religioso de las fiestas de fin de año no “mueve mi amperímetro”, obviamente por mi agnosticismo. Sin embargo, me gustan, por varios motivos.

Uno de ellos es que posibilitan que me reúna con personas a las que quiero y que son muy importantes en mi vida. La próxima Nochebuena, por ejemplo, mi esposa y yo cenaremos con nuestros hijos, que han viajado a propósito desde Buenos Aires, y con unos entrañables amigos.

Por supuesto que no necesito que llegue una fecha determinada para quererlos, pero me gusta tener una cita para reunirme con ellos en torno a una mesa y compartir unos (cuantos) brindis.

La ocasión también me trae gratos recuerdos de la infancia y la juventud. De mi vieja y mis tías deslomándose en la cocina a pesar del implacable calor porteño. De mi viejo, encargado de enfriar las bebidas con una barra de hielo en la pileta del lavadero y de encender la pirotecnia. De las ingestas hipercalóricas —furiosamente a contramano del clima— que con mis tíos y primos perpetrábamos sin culpa alguna, porque nadie sabía lo que significaba “colesterol”. De mis amigos del barrio con los que me encontraba después de las 12 para brindar.

Y también es lindo intercambiar saludos y buenos augurios con gente a la que no me une una relación tan cercana, pero con la que interactúo por diversas razones durante el transcurso del año y a la que aprecio con sinceridad.

Además, me hace bien recordar con afecto a los que ya no están.

Se trata, como lo señalaba ayer en un e-mail mi amigo Francisco, de la vida misma, en una época en que casi ya no nos llama la atención que alguien asesine a un octogenario para robarle ciento cincuenta pesos.

Así que, queridos lectores, que tengan unas muy felices fiestas y que en el 2007 se cumplan sus mejores deseos.

viernes, diciembre 15, 2006

CUALQUIER SEMEJANZA CON NUESTRA REALIDAD...


Alissa Zinovievna Rosenbaum fue una pensadora nacida en San Petersburgo (Rusia) en 1905, conocida por su obra literaria publicada bajo el seudónimo Ayn Rand. Desde los 21 años residió en los Estados Unidos, donde se casó con el actor Frank O’Connor, desarrolló una intensa actividad como filósofa y escritora, y falleció en 1982.
En el libro “La rebelión de Atlas”, publicado en 1957 y considerado su obra de ficción más importante, relata la decadencia de los Estados Unidos como consecuencia del intervencionismo estatal.
En uno de sus párrafos, escribió:

"Cuando vea que el comercio se hace no por consentimiento de las partes, sino por coerción; cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada"
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miércoles, diciembre 06, 2006

AL MAESTRO, CON CARIÑO


Se fue apagando mansamente, como si pretendiera confirmar el bajo perfil que lo caracterizó durante toda su vida. Era el último sobreviviente entre los varones de aquel grupo de “italianos del fin del mundo” —como los llamó Leonardo Lupiano— arribados en 1948 a bordo del buque “Génova”, con sus esperanzas y sus ganas de trabajar como únicos elementos valiosos del exiguo equipaje.

Ushuaia era por entonces una aldea de apenas 2.000 habitantes, en la que el año anterior se había desactivado el Penal. Del otro lado del océano habían quedado sus padres y hermanos, el mal recuerdo del fascismo y un país en el que a las huellas del horror de la guerra se sumaba el temor por una repetición del conflicto. Después de haber sido herido gravemente en el frente ruso, Odino Querciali buscaba un destino de paz y trabajo en el extremo austral del mundo.

Empezó a trabajar aquí en la construcción (la actividad de su familia paterna por generaciones), como capataz en las obras que el empresario boloñés Carlos Borsari debía ejecutar para el gobierno. Participó así, entre otras, de las edificaciones del “Villaggio Vecchio”, hoy Barrio Almirante Solier, y del “Villaggio Nuovo”, actual Barrio Almirante Brown. Cuando terminó su vinculación con Borsari, continuó desempeñándose como constructor independiente por un tiempo más.

Pero antes ya había tenido la iniciativa de abrir un negocio, comenzando con su “Almacén Italiano” —sobre la calle 12 de Octubre— una trayectoria fecunda que se prolongaría por casi seis décadas. A puro esfuerzo personal y restándole tiempo al descanso, ese emprendimiento fue creciendo hasta que logró abrir una sucursal en el centro, junto a su entrañable amigo Dante Buiatti. Con el transcurso de los años incursionó en nuevos rubros, extendió sus actividades a Río Grande y apostó siempre por la inversión y la creación de puestos de trabajo.

Fue el fundador y primer presidente de la Cámara de Comercio, función desde la que le tocó lidiar con las autoridades en situaciones complejas, como las derivadas de los controles de precios y los reiterados desbordes inflacionarios. Además, consideraba que la actividad gremial empresaria debía estar orientada no sólo a la representación y defensa de los intereses sectoriales, sino a propiciar el progreso económico de la región en su conjunto. Sin haber leído tratado de economía alguno, comprendía que la configuración de lo que hoy llamaríamos un “entorno favorable a los negocios” iba a derivar, tarde o temprano, en beneficios para todos los que participaran del mismo. Con esa visión estratégica, propició la apertura de nuevos mercados y apoyó los reclamos ante el gobierno nacional por la instauración de mecanismos de promoción para la isla. Curiosamente, le tocó traer a Ushuaia una copia del texto de la recién promulgada ley 19.640.

Fue el continuador de los Fique, Isorna, Fadul, Bronzovich, Salomón, Beban y tantos otros que desde principios del siglo pasado venían abriendo en el comercio local una profunda huella, que recorrería también junto a hombres como Preto, el ya nombrado Buiatti, Magni, Henninger, Brandani y varios más. Apellidos todos que dejaron su impronta indeleble en una etapa de la historia de nuestra ciudad que tuvo ribetes de epopeya.

Cuando sus familiares y amigos aprendamos a aceptar el dolor por su pérdida, recordaremos con afecto su figura erguida y el talante engañosamente severo, su trato amable y la infaltable corbata con que nos recibía al otro lado del mostrador de su negocio. Señales inconfundibles de un hombre que, como pretendía Eladia Blázquez, honró la vida.