miércoles, abril 28, 2010

Don José. La vida de San Martín


La historia argentina que estudió mi generación (así como varias anteriores y posteriores) en los niveles primario  y secundario, tenía una característica infaltable: sus personajes eran -dependiendo de la orientación del autor del libro, o del profesor-  buenísimos o malísimos, sin matices. Los acontecimientos eran relatados como una sucesión de pugnas entre unos patriotas inmaculados y heroicos, por un lado, y los representantes de la antipatria, a cual más malvado.

Se trataba, en realidad, de una historieta de dudosa calidad, en la que los buenos jamás dudaban al momento de decidir,  y nunca se contradecían. En caso de hacerlo, dejaban de inmediato de pertenecer al bando original. Las mujeres eran esposas abnegadísimas de los héroes, ya que sólo raras excepciones se destacaban por méritos propios. Ellas y ellos eran individuos asexuados, que hasta parecían disfrutar del sufrimiento provocado por un accionar en el que, como poseídos de un destino revelado, jamás cejarían.

Esa concepción fue el producto de una "educación patriótica" elaborada con el propósito de afirmar la identidad nacional, en un país en el que la inmigración constituyó un factor determinante del desarrollo. Ese esquema derivó en una mitología triunfalista y rimbombante, desde la cual nos proyectábamos hacia un destino de grandeza que aparecía como inevitable. Es posible que en la dura contrastación de ese discurso con la realidad, se encuentre el origen de una de las mayores patologías  que nos afectan como sociedad desde hace tiempo, y que consiste en atribuir todas nuestras penurias a la perversa acción de los otros.  Si somos tan maravillosos, por provenir de héroes impolutos y brillantes, la única explicación posible para nuestra situación presente es la de la campaña antiargentina que no descansa en su intento de someternos.

"Don José. La vida de San Martín", biografía escrita por José Ignacio García Hamilton, resulta entonces una ráfaga de aire puro. No se relata en ella la vida de un semidios sino la de un hombre que tuvo alternativamente aciertos y errores, convicciones y dudas, momentos de ejecutividad y también de indecisión.

Un hombre que cometió actos de autoritarismo y se dejó tentar por el poder, que se relacionó con otras mujeres estando casado y que terminó cayendo en la adicción al láudano, que había empezado a consumir para combatir penurias físicas.  También, un militar que nunca participó de las sangrientas luchas partididstas en su país y que supo consumar el propósito de su acción libertadora. García Hamilton llega incluso a analizar la posibilidad de que San Martín haya sido un hijo bastardo que Diego de Alvear (el padre de Carlos) tuvo con una indígena, lo cual le ha granjeado al autor el odio imperecedero de muchos fervorosos ultrasanmartinianos.

El texto presenta a San Martín en toda su dimensión, lo que por un lado sirve para derribar mitos (como el de su supuesta muerte en la pobreza) y por otra parte, permite al lector valorarlo por sus importantes y trascendentes cualidades.

Su muy recomendable lectura sirve, además, para confirmar que los personajes de la historia no son diferentes de los que conocemos o tratamos cotidianamente. Hombres y mujeres que hacen lo que pueden, a veces alcanzando el exito y otras chocando con frustraciones. Esto no debiera ser una novedad para nadie, pero muchas interpretaciones de historiadores que hoy tienen gran presencia mediática, parecen querer imponer una nueva versión de aquella educación patriótica que nos impartían cuando éramos chicos.

martes, abril 20, 2010

Por la boca muere el pez

Los ejecutores  del autodenominado modelo productivo del gobierno nacional nos mantienen entretenidos con frecuencia casi cotidiana.

Hasta hace poco, funcionarios, economistas, militantes e intelectuales de la línea dura se encolumnaron tras la encendida negación del fenómeno inflacionario o, lo que es lo mismo, en la no menos encendida defensa de las estadísticas de precios del Indec. El devenir de los acontecimientos o, dicho con más precisión, la inocultable evolución alcista de los precios fue obligándolos a -por decirlo de alguna manera-  retroceder en la línea de defensa argumental y a caer en los eufemismos. Finalmente, mientras el vicepresidente del partido oficial y líder de la columna vertebral del movimiento sostenía que al gremialismo no le interesaba la inflación del Indec sino la de los supermercados, el propio jefe de gabinete terminó de un modo más o menos patético, tratando de defender lo indefendible ante una modelo en el programa televisivo de Roberto Pettinatto.

Casi sin darnos respiro, la argumentación oficial apuntó contra los reclamos de algunos empresarios por una devaluación del tipo de cambio. Nada menos que la ministro o ministra Débora Giorgi se encargó de embestir contra esos sectores, señalando que el nivel actual del mismo es competitivo y dedicando a los reclamantes esta magnífica frase: "los que proponen una mayor tasa de devaluación (sic) están proclamando el ajuste para los asalariados".

La declaración es llamativa, tratándose de una funcionaria de alto nivel de un gobierno que se ha caracterizado por denostar la convertibilidad de los malditos noventa, de la que se salió, como todos recordamos, con una fuerte devaluación. Hoy, la misma medida que hace ocho años fue proclamada como un hecho reivindicatorio de las mayorías postergadas, es fulminada con una de esas frases que desde el campo nac & pop sólo se reservan al neoliberalismo más vil.

Vamos a ver con qué se destapan mañana...

miércoles, abril 14, 2010

Más de lo mismo (¿hasta cuándo?)


El tiempo transcurre, pero en Tierra del Fuego parece que se lo midiera con uno de los famosos relojes blandos de Dalí.

Las noticias indican que los múltiples conflictos mantenidos por  diferentes gremios y organismos estatales (docentes, ATE, personal de reparticiones diversas como Energía,  Rentas, el Instituto de Vivienda y Obras Sanitarias, empleados de la obra social)  con el gobierno provincial recrudecen. Pasan los días y los meses y la situación no cambia.

El gobierno se debate entre la asfixia financiera, el abrazo de oso del kirchnerato (terrible paradoja la de Fabiana Ríos:  tener que echar por la borda hasta su vieja denuncia penal contra Néstor para aferrarse a la caja de la administración K, justo  cuando la estrella de esta última comienza a apagarse) y las demandas de los mismos empleados públicos que constituyeron su base electoral.

La impresentable dirigencia que los docentes se han sabido dar, entretanto, continúa con su imaginaria lucha de clases, tratando de agudizar las contradicciones. El secretario general del sindicato ha hecho ayer unas declaraciones memorables: "Nosotros vamos a continuar la lucha hasta el final (sic!), los docentes le vamos a garantizar a este gobierno que en caso de no haber un cambio en la voluntad política no habrá un normal desarrollo del ciclo escolar". Sólo le faltó gritar: "Hasta la victoria siempre!"

Insisto: no se trata de un personaje iluminado que se asigna una representatividad que no tiene, sino de un dirigente elegido en forma democrática por sus pares, lo que significa -ni más ni menos- que es fielmente representativo de los docentes provinciales...

¿Hasta qué punto resistirá la cuerda esta tensión?

martes, abril 13, 2010

¿Qué les pasó?


Esta es la historia de un desengaño. Tratándose de política y de la Argentina, no es algo demasiado original. En realidad, nuestra historia como ciudadanos podría resumirse como una sucesión de frustraciones, de inocencias violentadas, de ingenuidades traicionadas.

Si hubiera que etiquetar al periodista Ernesto Tenembaum, por trayectoria y argumentación, el rótulo diría "progresista", aún cuando -en mi modesta opinión- existan más probabilidades de avanzar hacia el progreso recorriendo andariveles bastante distintos a los frecuentados por el autodenominado progresismo vernáculo.

Tenembaum describe en las casi 400 páginas de este, su "best-seller", la transición entre la esperanza que el discurso (enfatizo este término) kirchnerista le produjo, a él como a tantos otros integrantes de ese campo de pensamiento, y la repulsa que la praxis del gobierno K terminó provocándole.

Lo primero que he pensado tras su lectura es que Tenembaum ha experimentado un proceso interno, que uno adivina turbulento, en cuyo desarrollo ha evidenciado una honestidad intelectual que lo enaltece. En tal sentido, lo ubico junto a Martín Caparrós, Jorge Lanata, Marcelo Zlotogwiazda y otros comunicadores del mismo palo, que han sido capaces de advertir y denunciar la mezcla de cleptocracia y autoritarismo que caracteriza a ese modelo Siglo XXI del nacionalpopulismo que representa el kirchnerato. No comparto casi ninguna de las opiniones políticas de esos periodistas, pero destaco y valoro el umbral ético a partir del cual las expresan.
 
Por debajo de ese nivel, claramente, están los adláteres gubernamentales del llamado campo popular, que incluye a los intelectuales de Carta Abierta y -para mi dolor y sorpresa- a personas de respetabilísima trayectoria como Víctor Hugo Morales o Alejandro Dolina. Por supuesto que dejo fuera de este análisis a los amanuenses a sueldo, como -por ejemplo- los integrantes del programa televisivo "6-7-8-", o los miembros del "think-tank" K, empezando por su estrella, Horacio Verbitsky.
 
Volviendo a Tenembaum, me llamó la atención la confesión de las primeras páginas, con la que explica su adhesión inicial a Kirchner. Fue, dice, por "sus enemigos", que "lo dignificaban", puesto que según su impresión, eran los que no compartían el ideario progresista y, por ende, resultaban responsables de nuestra situación de entonces. Curiosa línea argumental para alguien que, al final del mismo libro, abomina de la manía K por ver (y castigar) enemigos por todos lados, señalando con acierto que esa conducta llevó directamente al fracaso del gobierno en su conflicto con los productores ágrícolas en 2008 y a su declive político (espero que) irreversible. Aquí, una digresión: el episodio de las increíbles denuncias del ex presidente sobre la supuesta intencionalidad política de los incendios en las islas entrerrianas ("Dejen de quemarnos los campos a los argentinos"), visto a la distancia, simplemente mueve a risa...
 
Es posible también que entre 2003 y 2010 el pensamiento de Tenembaum haya evolucionado, digamos, hacia posiciones más preocupadas por aspectos tradicionalmente considerados "accesorios" por el progresismo, como la calidad institucional o la capacidad de diálogo con el adversario. Del mismo modo, hay que reconocerle su clara postura crítica ante sucesos que expresan la corrupción enquistada en el seno del gobierno.  Sin embargo, uno no puede menos que preguntarse los motivos por los que las evidencias disponibles sobre el comporamiento de los Kirchner en los malditos noventa (algunas de las cuales son señaladas por el autor) no representaron unas advertencias suficientes sobre lo que podía pasar.
 
La obra resulta muy interesante porque, más que periodismo de investigación, contiene una serie de reflexiones sobre la política argentina de los últimos años y, por ello, constituye un aporte al debate de ideas, una práctica que en nuestro país es reemplazada con demasiada frecuencia por la descalificación y el insulto.