viernes, diciembre 22, 2006

ME GUSTAN LAS FIESTAS


El sentido religioso de las fiestas de fin de año no “mueve mi amperímetro”, obviamente por mi agnosticismo. Sin embargo, me gustan, por varios motivos.

Uno de ellos es que posibilitan que me reúna con personas a las que quiero y que son muy importantes en mi vida. La próxima Nochebuena, por ejemplo, mi esposa y yo cenaremos con nuestros hijos, que han viajado a propósito desde Buenos Aires, y con unos entrañables amigos.

Por supuesto que no necesito que llegue una fecha determinada para quererlos, pero me gusta tener una cita para reunirme con ellos en torno a una mesa y compartir unos (cuantos) brindis.

La ocasión también me trae gratos recuerdos de la infancia y la juventud. De mi vieja y mis tías deslomándose en la cocina a pesar del implacable calor porteño. De mi viejo, encargado de enfriar las bebidas con una barra de hielo en la pileta del lavadero y de encender la pirotecnia. De las ingestas hipercalóricas —furiosamente a contramano del clima— que con mis tíos y primos perpetrábamos sin culpa alguna, porque nadie sabía lo que significaba “colesterol”. De mis amigos del barrio con los que me encontraba después de las 12 para brindar.

Y también es lindo intercambiar saludos y buenos augurios con gente a la que no me une una relación tan cercana, pero con la que interactúo por diversas razones durante el transcurso del año y a la que aprecio con sinceridad.

Además, me hace bien recordar con afecto a los que ya no están.

Se trata, como lo señalaba ayer en un e-mail mi amigo Francisco, de la vida misma, en una época en que casi ya no nos llama la atención que alguien asesine a un octogenario para robarle ciento cincuenta pesos.

Así que, queridos lectores, que tengan unas muy felices fiestas y que en el 2007 se cumplan sus mejores deseos.

viernes, diciembre 15, 2006

CUALQUIER SEMEJANZA CON NUESTRA REALIDAD...


Alissa Zinovievna Rosenbaum fue una pensadora nacida en San Petersburgo (Rusia) en 1905, conocida por su obra literaria publicada bajo el seudónimo Ayn Rand. Desde los 21 años residió en los Estados Unidos, donde se casó con el actor Frank O’Connor, desarrolló una intensa actividad como filósofa y escritora, y falleció en 1982.
En el libro “La rebelión de Atlas”, publicado en 1957 y considerado su obra de ficción más importante, relata la decadencia de los Estados Unidos como consecuencia del intervencionismo estatal.
En uno de sus párrafos, escribió:

"Cuando vea que el comercio se hace no por consentimiento de las partes, sino por coerción; cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada"
.

miércoles, diciembre 06, 2006

AL MAESTRO, CON CARIÑO


Se fue apagando mansamente, como si pretendiera confirmar el bajo perfil que lo caracterizó durante toda su vida. Era el último sobreviviente entre los varones de aquel grupo de “italianos del fin del mundo” —como los llamó Leonardo Lupiano— arribados en 1948 a bordo del buque “Génova”, con sus esperanzas y sus ganas de trabajar como únicos elementos valiosos del exiguo equipaje.

Ushuaia era por entonces una aldea de apenas 2.000 habitantes, en la que el año anterior se había desactivado el Penal. Del otro lado del océano habían quedado sus padres y hermanos, el mal recuerdo del fascismo y un país en el que a las huellas del horror de la guerra se sumaba el temor por una repetición del conflicto. Después de haber sido herido gravemente en el frente ruso, Odino Querciali buscaba un destino de paz y trabajo en el extremo austral del mundo.

Empezó a trabajar aquí en la construcción (la actividad de su familia paterna por generaciones), como capataz en las obras que el empresario boloñés Carlos Borsari debía ejecutar para el gobierno. Participó así, entre otras, de las edificaciones del “Villaggio Vecchio”, hoy Barrio Almirante Solier, y del “Villaggio Nuovo”, actual Barrio Almirante Brown. Cuando terminó su vinculación con Borsari, continuó desempeñándose como constructor independiente por un tiempo más.

Pero antes ya había tenido la iniciativa de abrir un negocio, comenzando con su “Almacén Italiano” —sobre la calle 12 de Octubre— una trayectoria fecunda que se prolongaría por casi seis décadas. A puro esfuerzo personal y restándole tiempo al descanso, ese emprendimiento fue creciendo hasta que logró abrir una sucursal en el centro, junto a su entrañable amigo Dante Buiatti. Con el transcurso de los años incursionó en nuevos rubros, extendió sus actividades a Río Grande y apostó siempre por la inversión y la creación de puestos de trabajo.

Fue el fundador y primer presidente de la Cámara de Comercio, función desde la que le tocó lidiar con las autoridades en situaciones complejas, como las derivadas de los controles de precios y los reiterados desbordes inflacionarios. Además, consideraba que la actividad gremial empresaria debía estar orientada no sólo a la representación y defensa de los intereses sectoriales, sino a propiciar el progreso económico de la región en su conjunto. Sin haber leído tratado de economía alguno, comprendía que la configuración de lo que hoy llamaríamos un “entorno favorable a los negocios” iba a derivar, tarde o temprano, en beneficios para todos los que participaran del mismo. Con esa visión estratégica, propició la apertura de nuevos mercados y apoyó los reclamos ante el gobierno nacional por la instauración de mecanismos de promoción para la isla. Curiosamente, le tocó traer a Ushuaia una copia del texto de la recién promulgada ley 19.640.

Fue el continuador de los Fique, Isorna, Fadul, Bronzovich, Salomón, Beban y tantos otros que desde principios del siglo pasado venían abriendo en el comercio local una profunda huella, que recorrería también junto a hombres como Preto, el ya nombrado Buiatti, Magni, Henninger, Brandani y varios más. Apellidos todos que dejaron su impronta indeleble en una etapa de la historia de nuestra ciudad que tuvo ribetes de epopeya.

Cuando sus familiares y amigos aprendamos a aceptar el dolor por su pérdida, recordaremos con afecto su figura erguida y el talante engañosamente severo, su trato amable y la infaltable corbata con que nos recibía al otro lado del mostrador de su negocio. Señales inconfundibles de un hombre que, como pretendía Eladia Blázquez, honró la vida.

domingo, octubre 22, 2006

POR UNA VEZ NO IMPROVISAMOS

El Juez de Lomas de Zamora, Dr. Raúl Calvente, al impedir a Racing ejercer el derecho de admisión respecto de los barrabravas de Boca, omitió en su resolución varias cuestiones importantes. Por ejemplo:
  • No fijó a qué hora debía pasar a buscar por su casa a Rafael Di Zeo, la limusina que habría de trasladarlo al estadio de la Academia.
  • Pese a que estaba pronosticada una alta temperatura para esa jornada dominguera, omitió señalar que el vehículo debía estar equipado con aire acondicionado.
  • No determinó en qué platea se ubicaría Di Zeo, si en la que da el sol o la de la sombra.
  • No decretó la provisión sin cargo al citado ciudadano del tradicional refrigerio (pancho y Coca) con que paliar la languidez del entretiempo.
  • No estableció cuánto tiempo se podía quedar en el estadio una vez terminado el encuentro.
Ante tanta incertidumbre, el Ministro de Seguridad bonaerense hizo lo más atinado: se negó a brindar el servicio de seguridad mediante la policía provincial (que, dicho sea de paso, culminaría así una semana tranquila, ya que tampoco debió concurrir a San Vicente).

Ergo, don Julio olvidó prudentemente su mítico apotegma ("todo pasa") y suspendió el partido.

Por una vez, no actuamos como improvisados.

(en coautoría con Guillermo Alvarez Sagarra)

jueves, octubre 19, 2006

EL TUNEL DEL TIEMPO ME DIO MIEDO



Miraba la tele y me parecía estar dentro del túnel del tiempo. Pero no, las imágenes eran a color, no en blanco y negro.

Además, no había tipos de anteojos negros y blandiendo metralletas en lo alto de un palco, sino Moyano, Cafiero y unos cuantos más en lo alto de un palco. Y esos cuantos no estaban izando a un fulano, tironeándolo de los pelos, sino que trataban de parar, patéticamente con las manos, la lluvia de piedras que les arrojaba la horda cercana.


No, no estaba en el túnel del tiempo, las imágenes no eran las mismas, sólo parecidas. Devaluadamente parecidas, pero también muy parecidas. Como una caricatura.


Me acordé, cómo evitarlo, de aquellos años de insensatez. Años en los que yo, pobre ingenuo, creía que episodios como los de Ezeiza se originaban en cuestiones ideológicas. Para luego caer en la cuenta que, entonces como ahora, sólo se trata del poder. Poder que para algunos debe ser mayor, hay que presumir, cuanto más cerca se encuentren sus acólitos de un entarimado de madera, o de un féretro. Féretro al que, por otra parte, sólo la casualidad o la buena fortuna -llamalo como quieras- salvó de caer en manos de los que desguazaron el Fiat 130 y destrozaron el museo. ¿Ideología? ¿Qué es eso? Viene de idea, supongo. Ahora entiendo.


Me quedé, entonces, con lo de la imagen en el túnel del tiempo. Al mirar por ese túnel hacia atrás había visto, como una ráfaga, aquella jornada lluviosa de junio del setenta y tres. Pero, lo confieso, no quise mirar por ese túnel hacia adelante, me dio miedo.

jueves, octubre 12, 2006

¿CRECER FRENANDO INVERSIONES?


Los observadores extranjeros suelen referirse a la Argentina como un país difícil de entender. Sin embargo, el estupor de quienes nos miran desde afuera resulta a su vez algo muy comprensible, si se considera la combinación de recursos naturales y de capital humano con la que fuimos dotados.
Esa conjunción nos posicionaba cien años atrás como la gran esperanza del mundo por entonces en desarrollo, perfil del cual hoy nos queda poco más que el dolor de ya no ser. A lo largo de un siglo anudamos una formidable serie de marcas negativas en materia de indicadores económicos y sociales, y en algún caso —recordemos la declaración de default de la deuda pública— hasta festejamos como si se tratara de un exitazo.
Aunque deberíamos confesar que “nosotros lo hicimos”, nuestra reacción más frecuente ante las sucesivas crisis apocalípticas que nos flagelan cada diez años, ha sido la de atribuirlas a una constante campaña antiargentina con la que el resto del mundo, por misteriosas razones, se empeñaría en perjudicarnos, y a la cual —en caso de ser ello cierto— habría que reconocer al menos una eficacia letal. Por ende, maltratamos preventivamente a los inversores externos al sospechar que pretenden obtener rentabilidad, y volvemos a amagar con aislarnos de ese mundo que, maliciamos, nos quiere exterminar.
En esa suerte de endogamia económica se enmarcan medidas que no pueden menos que llamar la atención allende nuestras fronteras, como las restricciones a las exportaciones de carnes, aplicadas en el preciso momento en que una misión oficial las promocionaba en Europa…
Tierra del Fuego, en tanto integrante de la Argentina, muchas veces no logra escapar a ese karma nacional. Y para muestra, basta un botón.
La isla ha sido bendecida con un espacio geográfico de inusitada belleza, así como por una llamativa localización en un lejano rincón del planeta que, en conjunto, representan un valor muy fuerte en términos de atractivos turísticos.
Además, desde principios de 2002 se agregaron a ese potencial dos elementos del ámbito económico. Por un lado, la devaluación del signo monetario abarató drásticamente el nivel de los precios de los servicios turísticos, expresados en divisas. Por el otro, el colapso del sistema financiero hizo que muchos ahorros privados (incluyendo fondos de argentinos no atrapados en el “corralón” de Remes Lenicov) se canalizaran hacia inversiones dirigidas al mercado fueguino. Es decir: en la misma crisis apareció una ventana de oportunidad.
Como es sabido, la construcción se caracteriza por convertir muy rápidamente el dinero invertido en puestos de trabajo y pedidos a los proveedores de insumos, generando un flujo económico muy vigoroso. Y, a continuación, la maduración de esas inversiones se traduce en una actividad mano de obra-intensiva como la de hoteles y restaurantes que, además, se eslabona velozmente hacia otros rubros.
Ante dicho cuadro el sector privado reaccionó como era de esperar, por lo que en Ushuaia se han estado construyendo numerosos establecimientos hoteleros de distintas categorías, mientras que casi todas las ramas del comercio y otros servicios anexos se han beneficiado con el aumento de la actividad. Por fin, el tan mentado despegue del turismo parece a punto de convertirse en una realidad.
En ese marco se conoció recientemente una iniciativa oficial para prohibir, o al menos suspender, la autorización para nuevos proyectos hoteleros. Esto, mientras la propia provincia promociona en el resto del país y en el extranjero, el turismo hacia nuestra región. He aquí el karma.
Pero el anuncio dispara además varios interrogantes. Uno de ellos se refiere al efecto que este pretendido freno tendrá sobre potenciales inversiones. ¿Esperarán a que Tierra del Fuego se decida a reabrirles sus puertas en algún difuso momento futuro, o se orientarán a otros mercados donde estén dispuestos a recibirlos? ¿Tomarán a esa medida como algo circunstancial o la identificarán como una típica señal de inconsistencia institucional, de esas que tanto espantan al capital?
Otro punto es el de la supuesta necesidad de garantizar la rentabilidad a las inversiones existentes o en ejecución, con preferencia sobre las que estarían por venir. No resulta claro por qué motivos una hostería cuyos servicios deficientes y caros no satisfacen a los pasajeros debería continuar operando en detrimento de otra más eficiente, simplemente por haberse instalado antes. Por el contrario, sería más razonable que fueran los clientes quienes decidieran, “votando” con sus decisiones de consumo a favor de los establecimientos que se esmeren en alcanzar estándares de calidad superiores. Si este fuera el criterio, con el acompañamiento de políticas adecuadas, el resultado sería muy probablemente una mejora general de la competitividad de nuestra oferta turística, lo que además contribuiría a fortalecerla para el momento en que las ventajas del tipo de cambio se atenúen o incluso desaparezcan.
Además, ¿por qué garantizar la rentabilidad de los hoteleros y no, por ejemplo, la de los peluqueros o los panaderos? ¿Qué pensaríamos si un funcionario propusiera que se prohíba la radicación de nuevas ferreterías?
Hay que reconocer que el asunto es de una indudable complejidad. Factores como la disponibilidad de tierras, la infraestructura de energía y otros servicios y las tarifas del transporte aéreo, entre otros, constituyen condicionantes severos para las decisiones gubernamentales. Sin embargo, es dudoso que las soluciones se encuentren en el sendero de la restricción a la inversión privada, motor principal de todo proceso de crecimiento. Tampoco provendrán de tutelajes oficiales que pretendan instaurar “cotos” exclusivos, lo cual —además de injustamente discrecional— es ineficaz, como lo prueba la historia económica argentina.

martes, septiembre 19, 2006

EN DEFENSA DE LA VITIVINICULTURA NACIONAL

No tengo la menor idea de quién es el Sr. Rodolfo E. Szelest, pero puedo decir que me cae simpático. Esto, a raíz del contenido de una "carta de lector" que le publicó "La Nación" el pasado domingo 17 de septiembre, cuyo texto comparto con los lectores del blog a continuación:

"Señor Director: Con motivo de la visita Bachelet-Kirchner a una bodega de capitales chilenos, supe que son numerosas las empresas extranjeras que han adquirido bodegas argentinas y también instalado nuevas explotaciones para el desarrollo de la industria. Por favor, avisen al secretario D Elía que cambie urgentemente sus prioridades. Que se lleven el agua vaya y pase. Pero que se lleven el vino, ¡eso sí que no lo debemos permitir!"

Breve y con sustancia, ¿no?

viernes, septiembre 15, 2006

¿SEGUIREMOS PAGANDO ALMUERZOS?


Las crónicas periodísticas han dado cuenta del crecimiento de la desocupación registrado en Tierra del Fuego entre el primer semestre de 2005 y el mismo período del año en curso. Además, señalan que la provincia ha escalado posiciones en el ranking de todas las jurisdicciones del país según sus tasas de desempleo, precediendo a aglomerados urbanos tradicionalmente muy castigados por ese flagelo como Jujuy-Palpalá, Formosa o Bahía Blanca. Y hay algo más: sólo en cinco de las veintiocho localidades que son objeto de la medición la tasa entre ambos períodos aumentó, siendo Ushuaia-Río Grande una de ellas (las restantes son Posadas, Santiago del Estero-La Banda, el Gran Rosario y Neuquén-Plottier).
La noticia puede sorprender porque los indicadores laborales de nuestra provincia, aún en épocas de grave recesión, por lo general se ubicaron entre los más moderados. Por eso, resulta en principio llamativo que tras la recuperación iniciada en 2002 y en un marco caracterizado por señales positivas (sostenida expansión de la producción en el ámbito petrolero y en el renovado sector fabril, fuerte flujo de inversiones en los rubros inmobiliario, turístico y del comercio) aparezcan ahora estos índices preocupantes. Quizá una explicación de ello se relacione con otras señales, que han coexistido con las mencionadas.
Por ejemplo, podría pensarse en cómo fueron interpretadas determinadas medidas gubernamentales, en particular fuera de los límites provinciales. Ese sería el caso del tan mentado “megapase”, neologismo con el que quedará en la historia fueguina el proceso de incorporación masiva e indiscriminada de beneficiarios de planes asistenciales a la planta de personal de la administración pública, perpetrado por el gobierno de Jorge Colazo con el imprescindible acompañamiento —hay que decirlo— de la mayor parte del espectro legislativo y el sindical. Es muy posible que esa medida haya sido decodificada por muchos ciudadanos de otras provincias más o menos así: “Vayamos a Tierra del Fuego, porque allá enseguida se consigue un puesto en el Estado—no importa si uno es idóneo o no— con buen sueldo, obra social y jubilación a edad temprana”. Pero esta posibilidad ni siquiera fue analizada por la dirigencia, acostumbrada a no evaluar las probables consecuencias de sus acciones.
Recordemos que quienes propiciaron el megapase lo presentaban como una herramienta rápida y efectiva para atacar el desempleo. Se debe puntualizar, entonces, que los datos actuales los contradicen de manera flagrante, ya que el problema no sólo no ha disminuido sino que se ha agravado.
Pero ¿existían opciones? La respuesta no puede ser otra que un rotundo “sí”. En el momento en que se estableció el megapase, la coyuntura era claramente favorable al aumento de la producción y la creación de empleos por parte del sector privado. Claro, para los gobernantes de entonces se trataba de una alternativa mucho menos rentable en términos electorales, al menos en teoría. En la práctica, mientras que la actividad privada y su demanda de empleo crecieron, no lo hicieron en la medida suficiente como para absorber el aumento en el flujo migratorio inducido por la clara y potente señal del megapase. Por cierto, no fue lo único que no resultó como esperaban aquellos funcionarios.
Quizá sea ingenuo pretender que nuestros políticos tengan una mirada estratégica, o al menos de mediano plazo, pero sí se les debería exigir que presten atención a lo que ha ocurrido, para no volver a caer en los mismos errores. En otras palabras, sería de esperar que ante un aumento de la desocupación como el actual, las acciones gubernamentales apunten a mejorar las condiciones en que se desenvuelven las empresas para que ellas sean las que den respuestas genuinas y sostenibles al problema, y a cuidar las arcas provinciales, que no están en situación holgada ni mucho menos. Sin embargo, medidas como los puestos hereditarios en la Dirección de Puertos o el proyecto de los “veinticinco inviernos” parecen ir en sentido contrario.
Se atribuye al economista y premio Nobel Milton Friedman (aunque él ha aclarado que no es su autor) la frase “no hay almuerzos gratis”, metáfora de lo que técnicamente se conoce como “costo de oportunidad”. El concepto refiere a la idea de la escasez que está en la raíz del pensamiento económico, y se vincula con la evaluación costo-beneficio que debería llevarse a cabo cuando se toma una decisión que implica elección. Los fueguinos estamos pagando con el desempleo de una décima parte de la fuerza de trabajo, los almuerzos supuestamente gratis que nos ofrecieron un par de años atrás. Esperemos que los responsables provinciales de tomar hoy decisiones que afectan a los asuntos económicos comprendan que, tarde o temprano, el mozo nos presentará la cuenta.

miércoles, agosto 23, 2006

¡TU - CU - MANO!


En los sesentas, yo quería jugar como él. Aunque en San Lorenzo había jugadores con características y virtudes que tendrían que haber sido mucho más interesantes para el pibe que era yo por entonces —goleadores como Sanfilippo, el Lobo Fischer y Veira, talentosos como Rendo, Doval y el Toti Veglio— cuando el equipo emergía del túnel en medio de una lluvia de papelitos (costumbre que por entonces no preocupaba al gordo Muñoz) mi vista buscaba ante todo a quien portaba la camiseta número 6 y el brazalete de capitán: Rafael Albrecht. Y se me ponía la piel de gallina cuando bajaba el saludo ritual desde la tribuna, “¡tu-cu-mano! ¡tu-cu-mano!”, que él respondía levantando apenas un brazo.
Nunca supe los motivos de esa admiración incondicional que profesaba por él, y quizá tampoco pueda explicarlos hoy. Porque no era un exquisito para pegarle a la pelota ni tenía un remate temible, y jamás lo vi hacer una gambeta. Además, jugaba en la defensa y cuando uno es adolescente, siempre mira a los delanteros. En el último Mundial, Ayala fue un pilar de la selección, pero estoy seguro de que los chicos estuvieron mucho más pendientes de las gambetas de Tévez que de los precisos quites del Ratón.
A aquellos que, no habiéndolo visto jugar, piensen por esto que se trataba de un tronco, les aviso que se equivocan de medio a medio. Era un defensor muy seguro tanto en el juego aéreo como por abajo, con una gran capacidad para anticipar a sus rivales. Por eso mismo, siempre tenía que bailar con la más fea. Si San Lorenzo jugaba contra River, al goleador serial Luisito Artime lo tomaba él; si el rival era Boca, allí estaba Albrecht marcando al temible Tanque Rojas. Y afirmo que ganó la mayoría de esos duelos.
Además pasaba al ataque por sorpresa, con la misma eficacia que esgrimía a la hora de ejecutar penales. Prueba de esto es su ubicación entre los diez máximos goleadores de todos los tiempos jugando de defensor, entreverado con “nenes” como Ronald Koeman, Passarella y Breitner, y por delante de Beckenbauer y Roberto Carlos.
Fue el líder de uno de los mejores equipos de San Lorenzo que he visto, los “Matadores” de 1968, de cuya valía da testimonio un hecho significativo: cracks como Doval, Tojo, Rubén Ayala y Veira eran allí suplentes.
Por sus condiciones y personalidad, fue titular indiscutible de la selección durante varios años, componiendo con el Mariscal Perfumo la pareja central de la defensa durante el Mundial de 1966. Y con la celeste y blanca convirtió el penal quizá más recordado de todos los que tiró, el día del empate contra la selección peruana (aquel equipazo donde brillaba Teófilo Cubillas) que selló nuestra eliminación del campeonato de 1970.
Hoy El Tucumano (así, con mayúsculas) cumple 65 años, edad indudablemente provecta, y no sé qué será de su vida. Recuerdo que varios años atrás fue noticia, lamentablemente, cuando sufrió un grave accidente (lo arrolló un tren en el barrio de Caballito, en Buenos Aires) del que logró recuperarse.
Al advertir la efeméride vino a mi memoria una dulce época, cuando cada domingo —no había fútbol los viernes, y los sábados se jugaban sólo los campeonatos del ascenso— iba a la cancha después de comer los ravioles de la vieja, confirmando el mito. Tiempos en los que para la Copa Libertadores se clasificaban sólo los campeones de cada país, los jugadores no festejaban los goles con coreografías previamente ensayadas sino con espontáneos gritos y abrazos, y los directores técnicos desocupados no puchereaban de comentaristas de lunes a viernes, porque no existían esos programas televisivos o radiales que hoy se asemejan tanto a unas agencias de colocaciones.
Dondequiera que estés, Tucumano, te saludo en este cumpleaños, y te confieso que jamás pude jugar como vos, ni por asomo…

jueves, agosto 10, 2006

UN HOMBRE DE SUERTE


En el poder desde hace cuarenta y siete años (casi la mitad de la vida independiente de su país), Fidel Castro —cuya salud hoy tiene en vilo al mundo— es quizá la figura política que más controversias ha suscitado en los tiempos modernos. Lo rodea una aureola romántica desde los ya lejanos tiempos en que dirigió el asalto al Cuartel Moncada, cuyo actual carácter mítico pese a haber sido un fracaso militar no es más que una muestra de la formidable capacidad del personaje para manipular la realidad.
Su enfrentamiento con los Estados Unidos, a partir de la implantación por parte de este país de un bloqueo que resulta tan injusto y anacrónico como el propio régimen al que cree perjudicar, lo ha convertido en el máximo estandarte del sentimiento antinorteamericano; sentimiento que, dicho sea de paso y barbaridades de George W. mediante, crece urbi et orbi de un modo incontenible (1).
Fidel es un hombre de suerte. Es cierto que hoy son muy pocos los que defienden su política, aunque todavía existen quienes sostienen que los disidentes presos o las limitaciones a la libertad de expresión son inventos de los estadounidenses. O que los 700.000 cubanos de Miami (los mismos que con las transferencias a sus familiares en la isla contribuyen indirectamente a sostener al régimen, junto con los ingresos por turismo y los flamantes petrodólares chavistas) son todos terroristas pagados por la CIA.
Tiene suerte, insisto, pese a que la apertura al turismo internacional —a la que se vio obligado con la implosión soviética, a comienzos de los noventa— ha posibilitado que el mundo conozca, además de la suntuosidad de los hoteles y resorts, la cruda realidad cotidiana que afrontan los cubanos. Contra eso, de poco sirve el gran cartel que, junto al camino de acceso a Varadero, reza: “Aquí se recauda para el pueblo”.
En efecto, quien viaja hoy a aquella bellísima isla puede ver cómo el ciudadano cubano, tan lejos del “hombre nuevo” soñado por el Che, se dispone cada día a “resolver”, esto es: encontrar la manera de sobrevivir, cosa impensable con los magros 10 a 15 dólares mensuales de los sueldos oficiales. Comprueba, en cualquier calle, cómo resuelve un obrero de Partagás, cuando trata de venderle por pocos dólares unos cigarros que hurtó de la fábrica con la anuencia de su jefe/cómplice; o cómo lo hace un veterinario, dándole charla en el portal del Museo de la Revolución para terminar ofreciéndole una monedita con la efigie del Che o un nuevo remedio cuasi mágico contra el colesterol. Tras una sucesión de episodios similares, el viajero vuelve a su lugar de origen y cuenta de qué forma resuelve -o se salva como puede- un pueblo cuya conciencia ha sido corrompida lenta pero inexorablemente, para ser sustituida por una doble moral detrás de la cual se adivina una patética tristeza.
No obstante, digo que Fidel tiene suerte porque son muchos los que relativizan las críticas, aun “admitiéndolas”. Algunos excusan al Comandante por el hecho, cierto, de haber derrocado a un gobierno dictatorial y corrupto; otros, por la torpe actitud imperial norteamericana.
Pero la mayoría de sus defensores apela a una excelencia de los servicios de educación y salud que, aunque discutible, constituye el único resultado que les resulta digno de ser exhibido. A propósito, la cuestión de la salud parece ser lo bastante discutible como para haber provocado la caída en desgracia de la Dra. Hilda Molina a partir de sus críticas a la política oficial realizadas en 1994.
Ahora bien: ¿es aceptable que los resultados justifiquen los medios, cualesquiera sean éstos?
Propongo establecer un paralelo con otro dictador del ámbito latinoamericano, Augusto Pinochet. Por un lado, sus defensores justificaron el golpe que lo llevó al poder por el sesgo marxista de la administración del presidente constitucional Salvador Allende, quien además resultó muerto por los sediciosos. Pero, por otra parte, las políticas económicas impulsadas por Pinochet en su presidencia fueron lo suficientemente exitosas como para que todos sus sucesores democráticos se abstuvieran de alterar sus premisas básicas. Aquel dato inicial y este resultado, por supuesto, no podrían esgrimirse como argumentos para absolver al feroz autócrata chileno por los crímenes cometidos en tantos años de poder omnímodo. Pero hay algo curioso: quienes reivindican al tirano por ello merecen la crítica implacable de los mismos que justifican a Fidel y sus métodos, basándose en la ilegitimidad de Batista y los —supuestos o reales— éxitos de algunas de sus políticas.
Se trata de otra versión de la esquizofrenia política tan común en los tiempos que corren, donde la ideología suele anteponerse a consideraciones de índole moral, para colmo aludiendo nada menos que a los derechos humanos. Esquizofrenia que suelen exhibir los supremacistas de diversa laya, depositarios de una supuesta verdad revelada sobre la que no tienen ni soportan la más mínima duda, y que consideran que debe ser impuesta a cualquier costo a toda la humanidad para alcanzar un mundo perfecto.

(1): para los interesados en un rico análisis de los desaguisados de Bush en Irak, recomiendo la lectura de "El nuevo desorden mundial", de Tzvetan Todorov (Editorial Océano - ISBN:970-651-890-8).

sábado, julio 29, 2006

DE ELCANO A MENEM

Hace poco, la revista Noticias editó –en ocasión del Día del Amigo- un video sobre Kirchner y Menem que se pudo ver en el blog de Darío Gallo. Entonces, recordé que en mis archivos tenía cierto material vinculado con el asunto, como la foto anexa a este post. Además, encontré un fragmento del discurso que con motivo de la inauguración del aeropuerto de El Calafate pronunció el gobernador santacruceño en funciones el 27 de diciembre de 1994, cuyo texto fue reproducido por “La Opinión Austral” de Río Gallegos del día siguiente. El mandatario provincial se refirió entonces a Carlos Saúl Menem, presente en el lugar, diciendo que “pocas veces, o casi diría con seguridad que desde Elcano, no existió un presidente que haya escuchado tanto a la Patagonia sur y a Santa Cruz en particular.”
La referencia al navegante español quizá haya sido pertinente, ya que don Juan Sebastián era uno de los integrantes de la flota de cinco naos que recaló durante un tiempo en Puerto San Julián hacia 1520. Pero hay que reconocer que en ese momento la expedición era aún comandada por el portugués Hernando de Magallanes, quien recién entregaría su alma al Señor en Filipinas, al año siguiente.
Dado que la historia, como sabemos, se está reescribiendo casi a diario, a lo mejor algunas cosas no fueron como uno cree que fueron. Las dudas tienen mayor justificación cuando se trata de sucesos acaecidos hace casi 500 años. Pero en cuanto a acontecimientos más cercanos, como por ejemplo los de los famosos años noventa del siglo pasado, es más difícil dudar, ya que a registros como los aludidos se agrega la memoria de quienes por esa época ya hacía bastante tiempo que habíamos nacido. Y la memoria inisiste, por ejemplo, con que para 1994 la política de privatizaciones de Menem estaba en su plenitud, y que la venta de YPF ya se había concretado.

Nota: gracias a Adol y Luisito por el material aportado.

jueves, julio 20, 2006

MI SUPERHEROE EN SU ESCARABAJO



Manejar un Volkswagen Escarabajo es una experiencia particular. Desde que uno ingresa al habitáculo y aspira el suave, envolvente aroma a aceite multigrado que proviene de la parte trasera, los acontecimientos estimulantes se precipitan. El sonido de la puerta al cerrarse, la estrechez de la pedalera y el brillo del aro que circunda al velocímetro preparan el clima, pero uno apenas puede contener la ansiedad mientras gira la llave para ponerla en posición de contacto. Al darle un cuarto de vuelta sobreviene una sucesión de ronroneos y sacudones, los que finalmente desembocan en un moderado rugido: el motor está en marcha.
Hay que dar tiempo a que el aceite circule y el conjunto llegue a la temperatura adecuada. Entonces sí, después de apretar el embrague y encastrar la primera velocidad, comienza una relación sin intermediarios: no hay dirección asistida, air-bags ni dispositivo ABS. Tampoco inyección, salvo la del entusiasmo del conductor, quien a partir de entonces será cómodamente transportado por un vehículo que dispone —algo que sólo comprenden quienes integran
la secta de sus poseedores— de una fuerte personalidad. Él lo llevará a destino a un ritmo pausado, ideal para ir admirando el paisaje y mantener las pulsaciones en una frecuencia apropiada.
Cuando allá por octubre del año pasado compré un Escarabajo brasileño del ’81, creí que estaba dándome un gusto largamente postergado. Sin embargo, pronto comprendí que era algo más que eso.

Mi obsesión, si así puede llamársela, con ese vehículo proviene de mi más tierna infancia. Tendría unos 5 ó 6 años cuando mi padre, un comerciante de clase media en Buenos Aires, adquirió uno fabricado en Alemania que, calculo, sería modelo 1950. No lo conservó por mucho tiempo, ignoro por qué motivos, pero sí lo suficiente como para imprimir en mi alma una huella indeleble. Desde entonces, cada vez que veo un Escarabajo tengo una sensación rara, una emoción difícil de describir, y que hasta hace poco podía identificar con la del enamorado que no se anima a declararse a su amada. Hoy ya lo hice, y encima fui correspondido.
En aquel Volki verde de origen germano cumplió mi padre una pequeña hazaña que aún recordamos algunos miembros de la familia. Por entonces, veraneábamos en San Clemente del Tuyú, en una pequeña casita cuya propiedad mi viejo compartía con uno de mis tíos. Él nos llevaba a mi madre y a mí a principios de enero y volvía a la Capital, ya que por su trabajo sólo se tomaba unos quince días de vacaciones en febrero; entre tanto, iba y venía los fines de semana. Fue en uno de estos viajes relámpago cuando llegó a la localidad de Dolores, donde se abandonaba la ruta nacional 2 para tomar hacia la izquierda la provincial 11, cuya calzada era en aquella época “mejorada”, es decir, de tierra. En una estación de servicio lo anoticiaron de que el camino hasta San Clemente estaba intransitable por las lluvias, y que en el trayecto había varios vehículos atascados. Era un viernes caluroso y mi viejo, entre volver a la humedad sofocante de la gran ciudad o seguir en procura de reunirse con sus afectos, optó por lo segundo. A lo sumo, pensó, se quedaría atascado y esperaría hasta conseguir un remolque.
Así que, tranquilo, volvió a la ruta dispuesto a llegar hasta donde pudiera. Llovía bastante y por consiguiente, el piso estaba muy embarrado, pero el tamaño de las cubiertas -rodado 16, angostitas(*)- y el peso del motor sobre las ruedas motrices ayudaron a mi padre, que manejaba muy bien, a superar los inconvenientes que ello ocasionaba. Como se dice, sin prisa pero sin pausa siguió avanzando mientras a cada momento veía autos más grandes y potentes varados al costado del camino. Así, hasta que a unos 30 kilómetros de su destino se encontró con el paso cortado por un enorme charco, en la mitad del cual un pesado camión, rendido, esperaba por ayuda. Escuchó a las personas que allí estaban aconsejándole regresar, pero perdido por perdido, volvió a su auto y decidió seguir con el intento. Puso primera y avanzó muy lentamente, comprobando con preocupación que su desplazamiento provocaba un pequeño oleaje en el charco. Sin dejar de acelerar, para que no ingresara líquido por los escapes, pasó a un lado del camión temiendo lo peor, porque era el sitio donde el agua alcanzaba la mayor profundidad, pero el blindaje del Escarabajo hizo que ninguna pieza vital fuera atacada. Llegó al otro extremo del charco y, calzando la segunda velocidad, siguió, ya imparable, hasta San Clemente.
Durante el día mi mamá y mi tía, sabedoras del estado del camino, me habían preparado para la probabilidad bastante alta de que mi padre no llegara ese viernes por la tarde según estaba previsto. Así que cuando caía la tarde, yo jugaba distraídamente en la vereda, triste pero ya resignado. Entonces fue cuando un conocido ronquido metálico me hizo levantar la vista hacia la esquina: allí, del Volki cubierto de barro, emergía mi viejo con una sonrisa de oreja a oreja. Verlo y salir disparado al encuentro de quien en ese momento era para mí el más poderoso de los superhéroes, fue todo uno.
Por eso hoy, cuando me acomodo en mi Fusca y me apresto a encender el contacto, no puedo dejar de mirar al asiento del acompañante: allí lo veo a mi viejo como hace cincuenta años, con la misma sonrisa ganadora, casi gardeliana, de aquel dulce atardecer sanclementino.

(*) Gracias al amigo Manuel Berro, de AADEA, por el dato.

jueves, julio 13, 2006

VINDICACIÓN DEL FÚTBOL PURO

El fútbol, globalmente considerado y en su versión FIFA-Havelange que Blatter ha continuado y perfeccionado hasta alcanzar niveles de excelencia, es uno de los negocios más lucrativos del mundo moderno. El máximo organismo mundial, como un pulpo de brazos incontables y omnipotentes, controla de modo férrero desde la rutilante World Cup hasta el más recóndito rincón del fútbol sala, abarcando así todas las fuentes de generación de ingresos financieros de este maravilloso deporte. Nada puede eludir su sombra totalizadora. Recientemente se supo de la sanción que la FIFA aplicó a la federación griega, acusándola de no ser independiente de las leyes que rigen en el país helénico (???).

Ese escenario en el que predominan la ingeniería financiera y la estrategia marketinera, parece muy alejado de las playas paulistas en las que los pibes morochitos sueñan con emular a un Edson Arantes do Nascimento de piernitas flacas que apenas vieron en alguna foto vieja, y sin embargo se nutre de ellas. Tanto como de los ásperos campitos del Fuerte Apache de los que surgió Carlitos Tévez, las callecitas de Sao Bernardo do Campo que albergaron en su niñez al petiso Deco y los suburbios de Guyana en los que el flaquito Malouda —mal que le pese a LePen— aprendió a gambetear zancadillas rivales. Aquél no sería posible sin éstos.

Por esa misma razón, David Beckham se destaca, más que por la fina sutileza con que sabe acariciar el esférico, debido a su glamoroso aspecto (y el de su esposa). Quizá también por tal motivo, el
millonario Ronaldinho y las demás saciadas estrellas del conjunto verdeamarelho se fueron de Alemania 2006 antes de lo que todos preveíamos, sin trasuntar demasiado dolor por ello. Como si no hubieran encontrado una motivación deportiva para agitarse en la cancha.

Después de todo, pareciera que nada puede escapar a la fría lógica del negocio. Incluyendo la cuestión siempre polémica de los arbitrajes, acerca de lo cual sólo habría que indagar la opinión de los australianos respecto del español que fabricó el penal con que una por entonces desorientada azzurra fue catapultada amablemente a cuartos de final.

El fútbol-negocio, naturalmente, odia los riesgos. La impronta del Mundial que acaba de finalizar fue la módica, más bien escasa vocación de los equipos por alcanzar el área adversaria: primero nos defendemos, después… veremos. Es difícil recordar partidos que pudieran ser descriptos, aunque sea por momentos, como “de ida y vuelta”. Nada que se pareciera a esos intercambios de golpes entre dos boxeadores de los que un público tenso y excitado espera que en cualquier momento surja el nocaut. Casi todos los protagonistas actuaron como tiempistas, calculadores y bailarines. Fue exasperante ver cómo los ecuatorianos se resignaron a la despedida sin apretar el acelerador contra una Inglaterra que casi no tenía nafta en el tanque.

Por eso no debe extrañar que hayan llegado a la final dos equipos caracterizados por la férrea solidez de sus esquemas defensivos. La incólume solvencia de Thuram equivalente a la firmeza inexpugnable de Cannavaro; el prolijo tic-tac de Pirlo y Gattuso consonante con el sincronizado andar de Vieira y Makelele. Y en las mentes de Lippi y Domenech, el arco propio antes que el contrario. Los goles vinieron por un penal y un corner. El segundo tiempo transcurrió entre bostezos, y el alargue se parecía demasiado a una agonía.

Hasta que en medio de tanta especulación apareció el fútbol puro. No en su mejor expresión, sino todo lo contrario, mediante un hecho a todas luces reprobable y antideportivo. Un defensor italiano insultó malamente a Zidane y el supremo héroe francés, el talentoso que estaba cerrando una gloriosa campaña con una actuación digna de su excelsa calidad, le metió al tano hablador un
seco cabezazo en el pecho, quizá porque el otro era demasiado alto como para estrellárselo en la nariz.

Abominable acto, merecedor de la justa expulsión. Mal ejemplo para los niños y los jóvenes. Pero, también, fútbol puro. En cualquier humilde potrero de cualquiera de los cinco continentes, los insultos rastreros por el estilo generan inevitablemente el tipo de reacción furibunda acaecida en el lustroso césped berlinés. En ese instante aciago, Zidane no se acordó de los escasos minutos faltantes para que —independientemente del resultado del partido— el coro unánime de dirigentes y periodistas lo consagrara como el máximo futbolista del campeonato. Le importaron un comino las circunstancias, el marketing, la marca de sus botines y la magnificencia del entorno. Simplemente, soltó la rienda del potro sanguíneo que lleva adentro y se fue masticando bronca, a tal punto que ni siquiera se presentó a recibir su medalla por el segundo puesto. Y es de suponer que Materazzi hizo bien en no ir a pedirle disculpas en el vestuario...

Estupidez y locura, pero al mismo tiempo, repito, fútbol puro.

Ave, Zizou: viva el fútbol. Los que —con suerte y destreza tan dispares como Alfredo Di Stéfano
y quien esto escribe— transpiramos camisetas corriendo detrás de una pelota, te comprendemos.