viernes, febrero 23, 2007

DE MAFIAS Y EXTORSIONADORES



Empezó con el desplazamiento de una funcionaria y un “toqueteo” a la metodología de cálculo del IPC, defendido con acusaciones del ministro del Interior acerca de mafias y corporaciones. Algunos medios se apresuraron a recordar que no es la primera vez que se hacen modificaciones metodológicas, mencionando a las que afectaron a la Encuesta Permanente de Hogares en la década del noventa (con perdón de la palabra). Claro que Marcelo Bonelli, por ejemplo, al referirse a ello omitió decir que en esa oportunidad los cambios llegaron como consecuencia de un procedimiento preestablecido, controlado y debidamente publicado, y no mediante el mecanismo intempestivo y grosero usado ahora.

El asunto tuvo la entidad suficiente como para provocar alarma en la profesión, que ve cómo peligra el sistema de las estadísticas oficiales, que además es uno de los pilares de las instituciones democráticas de un país en serio. Muchos de los usuarios de las estadísticas económicas y sociales han hecho pública su preocupación desde un sitio de Internet que sugiero visitar.

Hoy la cosa ha continuado, con las alusiones que la ministra Miceli —asumiendo de modo quizá sorpresivo un perfil bastante más alto que el habitual— planteó sobre una supuesta “extorsión corporativa”. Otra vez la misma cantinela. Esta gente tiene la idea fija…

¿Cómo proseguirá el thriller? Me atrevo a hacer un par de pronósticos de corto plazo. Mañana o pasado, cualquiera de los Fernández agregará su granito de arena al castillo de la teoría conspirativa. Es posible también que llegue apoyo del exterior, si Chávez nos dedica unos minutos de su programa televisivo para emprenderla contra las “estadísticas neoliberales”, como lo hizo cuando descalificó ciertos indicadores sobre la pobreza de su país que no le agradaron.

Lo que resulta absolutamente seguro es que el Director del Indec, Lelio Mármora, continuará con su marmóreo silencio de radio.

Como titularía cierto diario económico: lamentable.

jueves, febrero 15, 2007

DELICIAS DE UN AÑO ELECTORAL



En Ushuaia al igual que el resto del país estamos, como todos sabemos, en un año electoral. Ello significa que los protagonistas de la escena política (v.g.: políticos propiamente dichos, sindicalistas, “dirigentes sociales”, ocupantes de diversos espacios públicos, y siguen las firmas) estarán dispuestos en los próximos meses a poner en juego cualquier recurso para llevar agua a sus respectivos molinos. Y la expresión “cualquier recurso” la uso en su más amplia acepción.

De manera que:

- Todo reclamo a las autoridades será descalificado por estas con el argumento de que se trata de “una cuestión política”. Ante ello uno se preguntará: pero, tales autoridades ¿no son acaso “políticos”? Entonces, ¿de qué reniegan, so sátrapas?

- Los debates (denominarlos así es un exceso, lo admito, pero no se me ocurre otro término) se saldarán indefectiblemente con algún insulto dirigido al adversario. El calibre de tales proyectiles verbales irá aumentando conforme se acerque la fecha de la contienda electoral. En medio de ese intercambio, a ninguno de los actores se le caerá una minúscula idea, ni por casualidad.

- Cuanto “menos mida” un candidato en las encuestas, mayores serán la irresponsabilidad de sus propuestas y lo escatológico de sus epítetos (versión levemente retocada del teorema de Baglini).

- Los tironeos a la caja estatal serán cada vez más enérgicos. En el caso de los candidatos, será de aplicación lo apuntado en el acápite precedente. En cuanto a los reclamos sindicales, resultarán tanto más duros e inflexibles cuanto mayor sea la posibilidad del gremio de mantener como rehenes a los usuarios o clientes. Ergo, los planteos de los trabajadores de la educación o de la salud serán mucho más enérgicos que aquellos de los empleados de los productores de seguros (al menos, eso espero).

¿Soy demasiado pesimista?…

martes, febrero 13, 2007

SEÑALES DEL FINAL DE UNA ÉPOCA


Es curioso lo que ocurre con los comerciantes en nuestro país, donde en general tienen “mala prensa”. No los rodea un aura cuasiaristocrática, como a los ganaderos, ni se los reconoce, como a algunos industriales, por conformar la “burguesía nacional”, categoría que en la actualidad ha alcanzado un inesperado nivel de corrección política al calor de ciertas definiciones oficialistas. Más bien son objeto de sospecha, en las buenas y en las malas, por una u otra razón. Que algo habrán hecho esos traficantes, tan afectos —a diferencia del resto de los mortales, pareciera— a comprar barato y vender caro.

Eso, pese a que la actividad de los mercaderes (¡si hasta suena peyorativo el término, tan arraigado está el prejuicio!) se encuentra entre las primeras que llevó a cabo nuestra especie. Y a que ya en su versión primitiva, el trueque, posibilitó que la vida de los primeros grupos humanos no estuviera restringida sólo a los recursos existentes en el ámbito geográfico que cada uno de ellos habitaba. Además, varios pueblos de la antigüedad como los fenicios, los cartagineses, los griegos y los árabes vivieron principalmente del comercio.

A lo largo de la historia, los problemas a que se enfrentaron los comerciantes para superar las distancias motivaron innovaciones tecnológicas en el ámbito de las comunicaciones y el transporte, que contribuyeron al entendimiento entre los distintos pueblos y culturas. Por la ruta de la seda, una enorme red que se extendió desde China hasta lo que hoy es Turquía, no sólo se intercambiaron esa y otras valiosas mercancías, sino también conocimientos, costumbres y creencias, desde la India y el Tibet hasta Antioquia y Constantinopla, y de allí a Europa. El mercader veneciano Marco Polo pasaría a la posteridad al dar testimonio de ello.

También fueron meros intereses comerciales los que estimularon los incrementos en la productividad que con el tiempo derivaron en la conformación de las sociedades modernas, y generaron la aparición y el desarrollo de nuevas herramientas financieras y contractuales. Por caso, el comercio estuvo en la génesis de la banca, el seguro y la bolsa.

En nuestro país, Belgrano —hijo de un comerciante— abogó desde su puesto de Secretario del Consulado de Buenos Aires por la creación de una Escuela de Comercio, y en 1810 creó y dirigió un periódico al que tituló “Correo de Comercio”.

También en el poblamiento de los territorios patagónicos la actividad cumplió un rol decisivo. Piedra Buena no fue sólo un navegante y explorador, sino también un comerciante que durante varios años explotó su propio boliche en Punta Arenas.

En los comienzos de Ushuaia, los “almacenes de ramos generales” —casi todos dotados con “despacho de bebidas”— atendían a los escasos pobladores de principios del siglo pasado, abasteciéndose de productos nacionales provistos por los barcos que venían de Buenos Aires, y de artículos importados que vía Punta Arenas llegaban de diversos países de Europa. Aquellos pioneros fueron continuados por algunos de los italianos llegados en 1948 y 1949, así como por varios importadores establecidos entre mediados y fines de la década siguiente. Cuando todavía no existían mecanismos efectivos de promoción, esos hombres llevaron adelante sus comercios afrontando los rigores climáticos, la lejanía de los grandes centros urbanos, las deficiencias de infraestructura y las limitaciones de un mercado pequeño y que por mucho tiempo se caracterizó por el estancamiento.

Pese a todo, a fuerza de mucho trabajo, prosperaron y en forma paulatina se fueron convirtiendo en algo así como referentes sociales. Hubo quienes pasaron por la política y, las más de las veces, se alejaron de ella con un sabor amargo. Pero esos trances resultan meras anécdotas, porque sus trayectorias personales quedarán ligadas, de manera indisoluble, a la actividad que las marcó a fuego: el comercio.

Aquellos referentes se están yendo poco a poco, sin estridencias, cumpliendo el inevitable ciclo vital. Los menos nacieron aquí, pero la mayoría llegó hace cincuenta o sesenta años, cuando Ushuaia no pasaba de ser un caserío con calles de tierra y los diez o doce vuelos diarios (aunque demorados) de Aerolíneas Argentinas eran una utopía impensable. Todos ayudaron a que la ciudad creciera hasta lo que es hoy.

Iribarne, Preto, Salomón, Buiatti, Fernández Alzogaray, Querciali y, más recientemente, Sciurano —entre otros— van dando con sus desapariciones físicas las señales del final de una época en que los negocios tenían apellido. Porque uno iba a comprar fiambre a lo de Buiatti, una heladera a lo de Odino y un auto a Preto. En el negocio de Sciurano e Iribarne, también conocido como “El Globo Naranja”, un cartel junto a la caja preparaba al comprador: “La calidad se recuerda mucho tiempo después de haberse olvidado el precio”.

Tiempos pasados, que no volverán.

(En la imagen, Adolfo Luis Sciurano, fallecido el 3 de febrero de 2007. Foto, gentileza de El Diario del Fin del Mundo.)

jueves, febrero 01, 2007

EL INDEC O LA REALIDAD MODELADA


La producción de estadísticas oficiales posee en nuestro país un sello del que en general carecen otras actividades llevadas a cabo por el sector público: prestigio. Hay una larga tradición de excelencia que arrancó a principios del siglo pasado con Alejandro Bunge (1880-1943), quien además de ejercer por muchos años la Dirección General del área fue un reconocido profesor universitario (Raúl Prebisch estuvo entre sus discípulos), fundó la influyente “Revista Económica Argentina” y resultó el precursor del enfoque industrialista en el país. Aquella impronta de calidad se extendió hasta el actual Indec, fundado en 1968 como organismo rector del sistema estadístico nacional.

Sin embargo, ello no lo ha preservado de la polémica. Imperfecta como toda obra humana, su tarea ha sido cuestionada en diversas oportunidades a lo largo de la historia, tanto por la clase política como por otros sectores de la sociedad (sindicalistas, periodistas, analistas económicos y sociales, más unos cuantos charlatanes) a los cuales no conformaban sus guarismos, por distintas causas. Los comentarios sobre resultados publicados por el Indec nos recordaron más de una vez la clásica parábola del asesinato del mensajero motivado por un mensaje considerado desagradable por el receptor.

Hay que decir, ante todo, que registrar y reflejar mediante indicadores el quehacer socioeconómico de todo un país no es ni por asomo una tarea sencilla. A la complejidad de la sociedad moderna se agregan, en el caso particular argentino, su enorme extensión territorial y la creciente informalidad, conocida como “economía en negro”, naturalmente reacia a ser medida. No obstante, los efectos de esta problemática son atenuados por diversos procedimientos de estimación en cuyo diseño confluyen disciplinas como la sociología, la economía y la demografía.

Por cierto, un obstáculo no despreciable para el buen desarrollo de la actividad estadística es el escaso apego de los funcionarios políticos a otorgar recursos financieros suficientes a los equipos de trabajo, lo que provoca demoras y otros inconvenientes. Recordemos, por ejemplo, que pese a que la ley establece que los censos de población deben efectuarse todos los años terminados en “cero”, los dos últimos tuvieron que llevarse a cabo en 1991 y 2001 a causa de dificultades presupuestarias.

Entonces, ¿a qué se debe el prestigio del Indec? La respuesta es sencilla: sus metodologías responden a criterios y parámetros aceptados internacionalmente y se encuentran documentadas, lo que les asigna transparencia y objetividad. El organismo mantiene intercambios y cooperaciones técnicas con institutos de otros países, nutriéndose de sus experiencias y avances; en el ámbito latinoamericano, está considerado como un ente de primer nivel.

Todo ello no significa que sus estadísticas sean inobjetables y no merezcan revisión; de hecho, están sujetas a controles externos e internos y a correcciones que se ejecutan en forma periódica, atendiendo además a la dinámica de las actividades que se pretende mensurar. Un ejemplo sencillo sirve para graficar esto último: la nómina de bienes utilizada hoy para calcular el índice de precios al consumidor no es la misma que la de hace dos décadas, cuando las pautas de consumo de la sociedad eran muy diferentes.

Su buena reputación se ha mantenido porque los funcionarios políticos no han interferido de modo decisivo en la gestión del organismo. El mismísimo Martínez de Hoz en su momento impulsó un índice que excluía los precios de los productos cárnicos, porque entonces como ahora influían sobre la inflación con un sesgo que disgustaba al oficialismo, pero el Indec siguió calculando también el “normal” y la cosa se diluyó en el tiempo. Grinspun, Ikonicoff, Cavallo, Fernández y, más recientemente, Lavagna tampoco se privaron de mantener unas estridentes bataholas con el organismo, que nunca pasaron a mayores.

Hasta que llegó Moreno, el funcionario que –según divulgó la prensa- llevó su desagrado por el valor del índice al extremo de desplazar a una técnica de carrera que, también según trascendidos, se habría negado a darle información que él presumiblemente pretendía utilizar para “domesticar” a algunos empresarios, y que está amparada por el llamado “secreto estadístico”.

Conviene recordar que este concepto está consagrado en la ley 17.622, y apunta a sostener los pilares del sistema, como son la objetividad y la confianza de los informantes acerca de la confidencialidad con que serán tratados los datos que proporcionan con fines estadísticos. Asimismo, merece destacarse que la obligatoriedad de respetar el secreto estadístico alcanza a todas las personas que participan de los relevamientos y procesos del Instituto, por lo cual la profesional afectada no había hecho otra cosa que cumplir con su obligación.

El retroceso que marca este triste episodio (triste, al menos, para quienes alguna vez integramos el sistema) es evidente. La confianza construida en más de cuarenta años de vida institucional se hizo añicos en un instante, para satisfacer la necesidad de ciertas autoridades de modelar la realidad según sus intereses. Uno no puede menos que preguntarse cómo se sentirán esos funcionarios cuando el índice finalmente alcance el número que ellos pretenden, y también cómo lo interpretará el conjunto de la comunidad. Lo que sí está claro, es que cuando eso ocurra la imagen de las instituciones argentinas se habrá hundido un poco más en el fango.