martes, febrero 13, 2007

SEÑALES DEL FINAL DE UNA ÉPOCA


Es curioso lo que ocurre con los comerciantes en nuestro país, donde en general tienen “mala prensa”. No los rodea un aura cuasiaristocrática, como a los ganaderos, ni se los reconoce, como a algunos industriales, por conformar la “burguesía nacional”, categoría que en la actualidad ha alcanzado un inesperado nivel de corrección política al calor de ciertas definiciones oficialistas. Más bien son objeto de sospecha, en las buenas y en las malas, por una u otra razón. Que algo habrán hecho esos traficantes, tan afectos —a diferencia del resto de los mortales, pareciera— a comprar barato y vender caro.

Eso, pese a que la actividad de los mercaderes (¡si hasta suena peyorativo el término, tan arraigado está el prejuicio!) se encuentra entre las primeras que llevó a cabo nuestra especie. Y a que ya en su versión primitiva, el trueque, posibilitó que la vida de los primeros grupos humanos no estuviera restringida sólo a los recursos existentes en el ámbito geográfico que cada uno de ellos habitaba. Además, varios pueblos de la antigüedad como los fenicios, los cartagineses, los griegos y los árabes vivieron principalmente del comercio.

A lo largo de la historia, los problemas a que se enfrentaron los comerciantes para superar las distancias motivaron innovaciones tecnológicas en el ámbito de las comunicaciones y el transporte, que contribuyeron al entendimiento entre los distintos pueblos y culturas. Por la ruta de la seda, una enorme red que se extendió desde China hasta lo que hoy es Turquía, no sólo se intercambiaron esa y otras valiosas mercancías, sino también conocimientos, costumbres y creencias, desde la India y el Tibet hasta Antioquia y Constantinopla, y de allí a Europa. El mercader veneciano Marco Polo pasaría a la posteridad al dar testimonio de ello.

También fueron meros intereses comerciales los que estimularon los incrementos en la productividad que con el tiempo derivaron en la conformación de las sociedades modernas, y generaron la aparición y el desarrollo de nuevas herramientas financieras y contractuales. Por caso, el comercio estuvo en la génesis de la banca, el seguro y la bolsa.

En nuestro país, Belgrano —hijo de un comerciante— abogó desde su puesto de Secretario del Consulado de Buenos Aires por la creación de una Escuela de Comercio, y en 1810 creó y dirigió un periódico al que tituló “Correo de Comercio”.

También en el poblamiento de los territorios patagónicos la actividad cumplió un rol decisivo. Piedra Buena no fue sólo un navegante y explorador, sino también un comerciante que durante varios años explotó su propio boliche en Punta Arenas.

En los comienzos de Ushuaia, los “almacenes de ramos generales” —casi todos dotados con “despacho de bebidas”— atendían a los escasos pobladores de principios del siglo pasado, abasteciéndose de productos nacionales provistos por los barcos que venían de Buenos Aires, y de artículos importados que vía Punta Arenas llegaban de diversos países de Europa. Aquellos pioneros fueron continuados por algunos de los italianos llegados en 1948 y 1949, así como por varios importadores establecidos entre mediados y fines de la década siguiente. Cuando todavía no existían mecanismos efectivos de promoción, esos hombres llevaron adelante sus comercios afrontando los rigores climáticos, la lejanía de los grandes centros urbanos, las deficiencias de infraestructura y las limitaciones de un mercado pequeño y que por mucho tiempo se caracterizó por el estancamiento.

Pese a todo, a fuerza de mucho trabajo, prosperaron y en forma paulatina se fueron convirtiendo en algo así como referentes sociales. Hubo quienes pasaron por la política y, las más de las veces, se alejaron de ella con un sabor amargo. Pero esos trances resultan meras anécdotas, porque sus trayectorias personales quedarán ligadas, de manera indisoluble, a la actividad que las marcó a fuego: el comercio.

Aquellos referentes se están yendo poco a poco, sin estridencias, cumpliendo el inevitable ciclo vital. Los menos nacieron aquí, pero la mayoría llegó hace cincuenta o sesenta años, cuando Ushuaia no pasaba de ser un caserío con calles de tierra y los diez o doce vuelos diarios (aunque demorados) de Aerolíneas Argentinas eran una utopía impensable. Todos ayudaron a que la ciudad creciera hasta lo que es hoy.

Iribarne, Preto, Salomón, Buiatti, Fernández Alzogaray, Querciali y, más recientemente, Sciurano —entre otros— van dando con sus desapariciones físicas las señales del final de una época en que los negocios tenían apellido. Porque uno iba a comprar fiambre a lo de Buiatti, una heladera a lo de Odino y un auto a Preto. En el negocio de Sciurano e Iribarne, también conocido como “El Globo Naranja”, un cartel junto a la caja preparaba al comprador: “La calidad se recuerda mucho tiempo después de haberse olvidado el precio”.

Tiempos pasados, que no volverán.

(En la imagen, Adolfo Luis Sciurano, fallecido el 3 de febrero de 2007. Foto, gentileza de El Diario del Fin del Mundo.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mike: muy buen artículo, a mi juicio. Uno, que no es comerciante pero pertenece desde hace ya muchos años al sector de la producción, sabe muy bien lo que significa remontar, empujar, darle para adelante y así, crear.
Amén de ello, lamento la ida del "Gordo Sciurano".
Francisco