
El conflicto que ha paralizado las actividades del Colegio Nacional de Buenos Aires admite distintas lecturas.
El problema surgió cuando el Colegio sancionó a un grupo de 12 estudiantes que, tras concurrir con autorización a la conmemoración de la llamada "noche de los lápices" (un episodio ocurrido en La Plata en 1976, en que miembros del ejército y la policía bonaerense secuestraron a un grupo de alumnos secundarios, varios de los cuales aún están desaparecidos), regresaron al establecimiento después del horario fijado. La reacción de un grupo de sus compañeros fue la de "tomar" el Colegio.
Una primer mirada, entonces, puede considerar que los chicos han copiado los numerosísimos ejemplos que vienen dando los adultos, desde las huestes de Luis D´Elía o los camioneros moyanistas, pasando por vecinos enojados como los de Gualeguaychú o Lezama hasta llegar a los ruralistas de De Angeli y los sindicalistas de Kraft. Cortar calles y rutas o tomar edificios públicos es casi un rasgo de nuestra nacionalidad, de manera que no puede extrañarnos que los adolescentes reproduzcan con naturalidad esas conductas.
La otra lectura deriva de la actitud de varios padres de esos jóvenes okupas, avalando la lucha de sus hijos. Si una de las funciones de la escuela, además de la básica de brindar una batería de conocimientos, es enseñar los primeros rudimentos de la vida en sociedad, la luz verde a este comportamiento no implica otra mensaje para los chicos que el siguiente: las normas (en este caso, el horario para el regreso) son optativas, por lo que puedo no cumplirlas y, además, no debo hacerme cargo de las consecuencias de ello. Otra vez, una característica argentina...
Mientras tanto, la educación pública sigue hundiéndose un poco más cada día en un pantano asfixiante. Lo que fue una herramienta para el crecimiento económico y una fuente de oportunidades para la movilidad social, es hoy una institución en decadencia que amenaza con convertirse en un reaseguro del retraso. Los funcionarios, así como muchos docentes y dirigentes gremiales, poco o nada hacen para revertir esta tendencia, porque están muy ocupados en dirimir otras cuestiones.
Siendo como soy, con mis falencias y errores, un producto integral del sistema educativo público, no puedo menos que contemplar con dolor el espectáculo presente. Y que algo parecido esté ocurriendo en otros países, según señala Pérez-Reverte aquí, por supuesto que no me sirve de consuelo.