lunes, octubre 25, 2010

Malas compañías



Mi santa madre
me lo decía:
"Cuídate mucho, Juanito,
de las malas compañías".

El terrible episodio que la semana pasada culminó con el asesinato de un joven militante del Partido Obrero no es excepcional. En realidad, si sus consecuencias no hubieran alcanzado ese grado trágico (además de la muerte de Mariano Ferreyra, una mujer resultó con gravísimas heridas y aún lucha por su vida), la noticia hubiera durado bastante poco, tanto en las primeras planas de los diarios como en la consideración de los ciudadanos de a pie.

Es que la disputa por la ocupación del espacio público entre grupos de particulares (piqueteros, gremialistas, militantes de diversas corrientes), y su resolución por medios más o menos violentos, forma parte de la cotidianeidad argentina desde hace ya demasiado tiempo, y por lo tanto casi no llama la atención. Salvo que el desborde sea excesivo, como en el caso que nos ocupa. Es una cuestión de la que el Estado se desentiende, en el mejor de los casos, o con la cual coadyuva ("no hay que criminalizar la protesta").

No es posible olvidar que el miércoles pasado, ante la pretensión de los militantes del PO y de los "tercerizados" de cortar las vías del ferrocarril Roca, quienes procuraban impedirlo no eran los agentes de policía que cualquier ingenuo podría imaginar como encargados de velar por el orden público, sino un conjunto de miembros del sindicato ferroviario que preside desde hace un cuarto de siglo José Pedraza, apoyados por unos tenebrosos patoteros profesionales ("barras bravas" de clubes de fútbol) contratados ad-hoc. Poco importa que se haya tratado de una "zona liberada" o de  una delegación de facultades de hecho: cualquiera de esas posibilidades tiene idéntica gravedad. Y lo cierto es que a algún barra se le fue la mano en el celo vigilador, por lo que Ferreyra terminó muerto.

Hay otras aristas de este hecho que me interesa señalar. Una de ellas es la relación que el gobierno mantiene y cultiva con una dirigencia sindical impresentable que conserva sus peores rasgos,  los mismos que viene poniendo de manifiesto desde tiempos inmemoriales.Menos de una semana antes, las máximas autoridades del país habían participado del acto que el líder cegetista Hugo Moyano organizó por el "Día de la Lealtad", transmitiendo una imagen de dependencia respecto del poderoso gremialista camionero que resultó patética.


Tan patético como el proyecto que el diputado moyanista Héctor Recalde impulsa en el Congreso para, supuestamente, instaurar la distribución de utilidades de las empresas entre los trabajadores.
No es difícil imaginar las consecuencias prácticas en caso de concretarse esa iniciativa. Gremialistas de la calaña de Moyano y de Pedraza, terminarían tomando decisiones en las empresas, y en caso de desacuerdos no trepidarían en recurrir a la ayuda de los barras. Tampoco es necesario tener mucha perspicacia para sacar conclusiones acerca de cómo influiría dicha realidad en las decisiones de inversión de los empresarios.

Otro aspecto es el del manejo por lo menos poco transparente de ese ramal ferroviario, en manos de un ente, el UGOFE,  que no se sabe bien si es una agencia estatal, una organización no gubernamental, una empresa privada, una mixta o qué. Lo que quedó claro es que maneja una robusta caja de caudales provenientes del fisco (acerca de cuya distribución, justamente, giró el "debate" del miércoles pasado), y también -a estar por las declaraciones del barra brava Cristian Favale- que para trabajar en ella no hay que presentar un CV ni rendir un examen de aptitud, sino colaborar dando algunos puñetazos y lanzando unas pedradas en pos de la solución de conflictos que puedan afectarla.


Violencia institucionalizada, pujas por fondos fiscales mediante prácticas cuasimafiosas, desprecio por la vida, ausencia absoluta de respeto por el estado de derecho. Un cuadro de situación preocupante, que el oficialismo intenta maquillar con alusiones cada vez menos creíbles a una gesta liberadora que sólo existe en la imaginación de sus acríticos adláteres.


Mis amigos son gente cumplidora
que acuden cuando saben que yo espero.
Si les roza la muerte disimulan,
que para ellos la amistad es lo primero.

No hay comentarios.: