domingo, marzo 27, 2011

El (horrible) fútbol nuestro de cada día



Cualquier veterano más o menos futbolero admite que el nivel de los espectáculos que hoy se pueden apreciar en el ámbito local es, por decir lo menos, flojo. No sólo es bastante difícil ver en nuestras canchas de primera división una sucesión de jugadas hilvanadas, sino que hasta cuesta encontrar jugadores capaces de dar un pase a un compañero situado a cinco metros de distancia con una mínima eficacia. Todo se desarrolla en clave de lucha, con dientes apretados, violencia (real y simulada) a discreción y mucha irregularidad.

Es posible que el sistema de torneos cortos sea responsable en buena medida de esa especie de histeria hipercombativa que ha desalojado casi por completo de las canchas argentas al buen trato de pelota. Además, hay superabundancia de explicaciones emparentadas con la sociología y/o la psicología social, a las que este post lejos está de pretender sumarse. En cambio, intentaré aquí una argumentación relacionada con la materia prima del espectáculo, esos privilegiados "players" (Coco Basile dixit) que cada fin de semana nos brindan clases magistrales de teatro en dosis inusitadamente más pequeñas que las de jugadas agradables.

Generalizando (y recordando que, como dijo alguien,"toda generalización es injusta, incluyendo la presente"), se puede discriminar a la masa de jugadores que actúa en nuestras canchas de la siguiente manera:

  • Un grupete de juveniles de entre 18 y 22 años, más o menos bien dotados para este juego, que han llegado a primera para ocupar las vacantes dejadas por quienes consiguieron ser transferidos al exterior, saga que por supuesto aspiran a repetir. Es posible que en las divisiones inferiores (que ya no son los "semilleros" de antes sino un mercado semisalvaje en el que pululan cazadores de talentos y empresarios de toda laya interactuando con padres desesperados por "salvarse" gracias a sus hijos) no hayan adquirido conceptos elementales del juego, pero de un modo u otro llegan entreverarse en la categoría superior. Una vez lanzados al ruedo, la marea mediática los envolverá pidiéndoles opiniones como si a tan tierna edad pudieran ser expertos en algo más que mensajear con sus celulares, y ellos creerán que, en efecto, lo saben casi todo. Ejercen,  se diría, el dulce pecado de juventud.
  • Un segmento de veteranos de 29/30 años y más, que han vuelto de Europa, México o Ucrania, a gastar sus últimos cartuchos en el lugar de origen. Son tipos que a sus buenas condiciones han agregado una trayectoria en medios muy competitivos que los obligó a un salto de calidad, por lo que no les cuesta demasiado destacarse aquí. No obstante, las huellas de una campaña extensa y dura se empiezan a manifestar en muchos de ellos, que no siempre encuentran respaldo físico para mantener sus rendimientos.
  • Y un tercer grupo de jugadores de entre 23 y 29 años y nivel competitivo medio (sería injusto o demasiado duro tildarlos de mediocres, aunque me siento tentado a ello), que no han podido jugar en el exterior y casi con seguridad nunca conseguirán hacerlo (al menos, en ligas de cierto nivel de exigencia). Entre ellos, es cierto, hay unos pocos talentos que no emigraron por diversas circunstancias, pero la característica del grupo es la medianía.

Como resulta obvio, no juegan en la Argentina los profesionales de mayor calidad, con quienes se nutre la selección nacional, cuyas habilidades son las que posicionan a nuestro país como una potencia internacional, por más que en las últimas dos décadas no hayamos logrado confirmar dicha calificación en los podios de los torneos mundiales.

La conclusión es que esa sumatoria de imberbes ensoberbecidos, viejos guerreros heridos  y rústicos picapedreros no puede menos que entregar los semibochornosos espectáculos de hoy, a los que nos hemos debido acostumbrar. Comparar un partido entre dos de los mejores equipos locales (un Estudiantes-Vélez, digamos) con, por ejemplo, el Inter-Bayern Munich de días pasados es imposible: aunque se los denomine con la misma palabra, los deportes que juegan unos y otros son muy distintos.

Así que, estimados lectores de P & M que comparten el gusto por el fóbal con quien esto escribe, no hay más remedio que amoldarse a los tiempos que corren (u olvidarse de este jueguito). Es posible, sólo posible, que el domingo entrante Mengano, Zutanez y Fulanelli -a la sazón vistiendo la misma camiseta-  consigan pasarse la pelota entre ellos sin equivocaciones, pero habrá que estar alertas porque en caso de ocurrir, el milagro sólo se producirá una vez en los noventa y pico de minutos que durará la contienda. El resto del tiempo transcurrirá entre kicks a cargar de pura raigambre rugbística, rechazos a cualquier parte, agarrones semiocultos, patadas explícitas, algún escupitajo y sobreactuadas caídas al piso, al término de lo cual los protagonistas (tanto en las conferencias de prensa que suceden a los partidos como en los mil y un programas televisivos de la semana) repetirán hasta el hartazgo sus frases hechas y lugares comunes, aunque con cara de estar emitiendo un pensamiento filosófico digno de Heidegger.

Bueno, termino con esto aquí, porque quiero ver qué partido están transmitiendo en Fútbol para Todos.

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