jueves, mayo 06, 2010

Una Ushuaia como la de antes


El cartel, garabateado en caracteres de color verde, postulaba una utopía: "Por una Ushuaia como la de antes, segura y sin delincuentes". Escrito por un poblador anónimo, estaba dirigido a una clase política que -una vez más- evidenciaba no estar a la altura de las circunstancias.

Una utopía, es cierto, porque no es posible volver el tiempo atrás.  Pero, ¿acaso los políticos no suelen vanagloriarse de plantear utopías? Quienes hoy gobiernan a los fueguinos, como tantos antes que ellos, ¿no prometieron durante la campaña electoral, en cierto modo, realizar las utopías del pueblo? ¿Estaban preparados, siquiera para intentarlo?

La seguridad (en realidad, su falta) resulta un asunto por demás incómodo para el autoproclamado progresismo nacional en sus distintas variantes. La sombra de las dictaduras que sufrimos se transformó para ellos en una bandera: cualquier insinuación respecto de la necesidad de actuar en contra del crimen es tachada de "represiva".

En esa línea de pensamiento, los reclamos ante la inseguridad son descalificados por provenir de "sectores que quieren mantener sus privilegios" a costa de los más necesitados. El prejuicio es recurrente: exigen seguridad los ricos, para protegerse de sus enemigos,  los pobres.

En Ushuaia, la realidad acaba de dar otro rotundo mentís a este paradigma. La víctima del delito no ha sido un industrial poderoso, ni siquiera un comerciante próspero. Antonio Toledo era un modesto taxista, que ayer murió horas después de haber sido apuñalado por un asaltante mientras estaba trabajando.

Ushuaia jamás volverá a ser como la recuerda el redactor de aquél cartel. Pero detrás de la masiva protesta ciudadana de estas jornadas hay mucho más que recuerdos de un pasado ideal que no puede regresar. No se trata, de ninguna manera, del rechazo a un progreso con beneficios y costos.

Está por un lado la bronca por los asentamientos irregulares de personas en la zona alta de la ciudad, que el imaginario colectivo (probablemente con mucha razón)  identifica con la permisividad -cuando no, con el aliento liso y llano-  por parte de distintos estamentos de la política. Asentamientos en los que la precariedad y las carencias de todo tipo han venido conformando un caldo de cultivo para situaciones y conductas de alta conflictividad social.

Está también el hastío por la ineptitud de una dirigencia (incluyendo a políticos y gremialistas) que no se preocupa por responder a los requerimientos de la comunidad, mientras se enrieda una y otra vez en disputas interminables. Por eso es que las críticas no se limitaron a las principales figuras del gobierno provincial, sino que comprendieron a los sindicalistas. Una de las consignas de los manifestantes de estos días expresaba: "No somos compañeros, no somos de los gremios, somos vecinos".

Y, además, existe el descontento por un Estado que no logra superar una ineficacia estructural en áreas básicas como la seguridad, la educación y la salud. Con un agravante: mientras las gravísimas consecuencias de la  incompetencia estatal en materia educativa se difieren en el tiempo,  la insolvencia en materia de seguridad cobra vidas al contado.

De nuevo, aparece la paradoja. Un elenco gubernativo que desde el llano y hasta hoy (a casi dos años y medio de haber asumido) reivindicó con fervor militante el rol protagónico que a su juicio debe desempeñar el Estado en la vida de la sociedad, se encuentra con que no está en condiciones de poner en la calle el número suficiente de agentes y patrulleros. La sensación de  improvisación es inocultable.


Como si se tratara de un hallazgo, los funcionarios avisan ahora que los policías que se venían ocupando de tareas administrativas serán asignados a tareas de carácter preventivo. Habría que creer -aunque es muy dudoso-  que ese trabajo de escritorio lo harán de aquí en más algunos de los benficiarios del tristemente célebre "megapase" de la dupla Colazo-Cóccaro, esa cohorte de incansables bebedores de mate que tan bien la ha venido pasando en estos años.

Mientras, de un modo patético, un legislador oficialista pretendió echar la culpa al sector privado local por su rechazo a un incremento en las cargas impositivas, que supuestamente hubiera permitido financiar mejoras en aquellas áreas críticas. Nadie pareció tomar en serio una lectura de la realidad que pretendía justificar la concepción imperante entre los gobernantes (y una considerable parte de los agentes públicos): que el Estado fueguino existe ante todo para tener empleados bien pagos, por lo que la ejecución de las demás funciones está subordinada a ello. 


Imagen: "Linda mañana", acuarela del pintor fueguino Eduardo Nicolai.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mike: es al ñudo. Lo que tenemos es desgobierno. Creo que Tierra del Fuego merece entrar en libro de rorécords. Debemos ser el único Estado Provincial (y municipal, ya que estamos) en el que nadie gobierna, ano ser las propias burocracias. Es ilógico, no da para más y todo resultado será cada vez peor.