jueves, octubre 12, 2006

¿CRECER FRENANDO INVERSIONES?


Los observadores extranjeros suelen referirse a la Argentina como un país difícil de entender. Sin embargo, el estupor de quienes nos miran desde afuera resulta a su vez algo muy comprensible, si se considera la combinación de recursos naturales y de capital humano con la que fuimos dotados.
Esa conjunción nos posicionaba cien años atrás como la gran esperanza del mundo por entonces en desarrollo, perfil del cual hoy nos queda poco más que el dolor de ya no ser. A lo largo de un siglo anudamos una formidable serie de marcas negativas en materia de indicadores económicos y sociales, y en algún caso —recordemos la declaración de default de la deuda pública— hasta festejamos como si se tratara de un exitazo.
Aunque deberíamos confesar que “nosotros lo hicimos”, nuestra reacción más frecuente ante las sucesivas crisis apocalípticas que nos flagelan cada diez años, ha sido la de atribuirlas a una constante campaña antiargentina con la que el resto del mundo, por misteriosas razones, se empeñaría en perjudicarnos, y a la cual —en caso de ser ello cierto— habría que reconocer al menos una eficacia letal. Por ende, maltratamos preventivamente a los inversores externos al sospechar que pretenden obtener rentabilidad, y volvemos a amagar con aislarnos de ese mundo que, maliciamos, nos quiere exterminar.
En esa suerte de endogamia económica se enmarcan medidas que no pueden menos que llamar la atención allende nuestras fronteras, como las restricciones a las exportaciones de carnes, aplicadas en el preciso momento en que una misión oficial las promocionaba en Europa…
Tierra del Fuego, en tanto integrante de la Argentina, muchas veces no logra escapar a ese karma nacional. Y para muestra, basta un botón.
La isla ha sido bendecida con un espacio geográfico de inusitada belleza, así como por una llamativa localización en un lejano rincón del planeta que, en conjunto, representan un valor muy fuerte en términos de atractivos turísticos.
Además, desde principios de 2002 se agregaron a ese potencial dos elementos del ámbito económico. Por un lado, la devaluación del signo monetario abarató drásticamente el nivel de los precios de los servicios turísticos, expresados en divisas. Por el otro, el colapso del sistema financiero hizo que muchos ahorros privados (incluyendo fondos de argentinos no atrapados en el “corralón” de Remes Lenicov) se canalizaran hacia inversiones dirigidas al mercado fueguino. Es decir: en la misma crisis apareció una ventana de oportunidad.
Como es sabido, la construcción se caracteriza por convertir muy rápidamente el dinero invertido en puestos de trabajo y pedidos a los proveedores de insumos, generando un flujo económico muy vigoroso. Y, a continuación, la maduración de esas inversiones se traduce en una actividad mano de obra-intensiva como la de hoteles y restaurantes que, además, se eslabona velozmente hacia otros rubros.
Ante dicho cuadro el sector privado reaccionó como era de esperar, por lo que en Ushuaia se han estado construyendo numerosos establecimientos hoteleros de distintas categorías, mientras que casi todas las ramas del comercio y otros servicios anexos se han beneficiado con el aumento de la actividad. Por fin, el tan mentado despegue del turismo parece a punto de convertirse en una realidad.
En ese marco se conoció recientemente una iniciativa oficial para prohibir, o al menos suspender, la autorización para nuevos proyectos hoteleros. Esto, mientras la propia provincia promociona en el resto del país y en el extranjero, el turismo hacia nuestra región. He aquí el karma.
Pero el anuncio dispara además varios interrogantes. Uno de ellos se refiere al efecto que este pretendido freno tendrá sobre potenciales inversiones. ¿Esperarán a que Tierra del Fuego se decida a reabrirles sus puertas en algún difuso momento futuro, o se orientarán a otros mercados donde estén dispuestos a recibirlos? ¿Tomarán a esa medida como algo circunstancial o la identificarán como una típica señal de inconsistencia institucional, de esas que tanto espantan al capital?
Otro punto es el de la supuesta necesidad de garantizar la rentabilidad a las inversiones existentes o en ejecución, con preferencia sobre las que estarían por venir. No resulta claro por qué motivos una hostería cuyos servicios deficientes y caros no satisfacen a los pasajeros debería continuar operando en detrimento de otra más eficiente, simplemente por haberse instalado antes. Por el contrario, sería más razonable que fueran los clientes quienes decidieran, “votando” con sus decisiones de consumo a favor de los establecimientos que se esmeren en alcanzar estándares de calidad superiores. Si este fuera el criterio, con el acompañamiento de políticas adecuadas, el resultado sería muy probablemente una mejora general de la competitividad de nuestra oferta turística, lo que además contribuiría a fortalecerla para el momento en que las ventajas del tipo de cambio se atenúen o incluso desaparezcan.
Además, ¿por qué garantizar la rentabilidad de los hoteleros y no, por ejemplo, la de los peluqueros o los panaderos? ¿Qué pensaríamos si un funcionario propusiera que se prohíba la radicación de nuevas ferreterías?
Hay que reconocer que el asunto es de una indudable complejidad. Factores como la disponibilidad de tierras, la infraestructura de energía y otros servicios y las tarifas del transporte aéreo, entre otros, constituyen condicionantes severos para las decisiones gubernamentales. Sin embargo, es dudoso que las soluciones se encuentren en el sendero de la restricción a la inversión privada, motor principal de todo proceso de crecimiento. Tampoco provendrán de tutelajes oficiales que pretendan instaurar “cotos” exclusivos, lo cual —además de injustamente discrecional— es ineficaz, como lo prueba la historia económica argentina.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Canto "pri" para que no venga ningún arquitecto más y, además, ya me van rajando a unos cuantos jovenzuelos impertinentes que andan molestando por ahí.
FJA

Anónimo dijo...

Interesante "post" que pone de manifiesto la realidad de una argentina poco comprensible para el resto del mundo. Desde el punto de vista de la economía me interesa destacar el aspecto, muy claro por cierto, referido "a la necesidad de garantizar la rentabilidad a las inversiones existentes...". Este no es un tema menor y está directamente relacionado con aquellos postulados proteccionistas que invariablemente azotan a nuestro país. Esta línea de pensamiento aparece una y otra vez haciendo recaer el costo de la ineficiencia de nuestras empresas en los consumidores. Para ejemplo agrego otro botón: el día de ayer (miércoles 11) aparece en el diario Clarín una nota acerca de un encuentro de los fabricantes textiles donde admiten que la "ropa está muy cara". Pero advierten, ante amenazas del gobierno que seguramente no va a cumplir respecto a abrir la importación, que éste hecho lo que va a lograr es que se perderán empleos. Nuevamente en lugar de aumentar producción y productividad para disminuir costos, actúan para mantener rentabilidad a costa del aumento de sus precios. Edmund Phelps, reciente Premio Nobel de Economía,nos dice "Mi impresión es que la Argentina es una de las economías más corporativistas en occidente. Y este sesgo atenta contra la innovación". No hace falta que venga un premio nobel a decirnos lo que ya sabemos, pero si de algo podemos estar seguros es que este señor sabe de lo que habla: sus trabajos se orientaron a demostrar que el equilibrio entre inflación y desempleo son fundamentales para la redistribución de la riqueza.
FHL

Anónimo dijo...

Miguel, incluso si en la provincia dejaran construir todos los hoteles que quisieran, la actual y pésima oferta de vuelos aéreos (algo de lo que seguramente tendrás más idea que yo) basta para destrozar los planes turísticos de la zona. Mal que nos pese, sin inversión en infraestructura básica (agua, cloacas, etc) y en transporte (como líneas aéreas) de poco va a servir el impulso devenido de la devaluación y el crecimiento de la cantidad de turistas en Argentina.

Mastrocuervo dijo...

Comparto tus conceptos, Jorge, que creo no van en contra de lo que estoy planteando. Los problemas provocados por la oferta aérea cuasi monopólica y el retraso en las obras de infraestructura son muy graves. Y la dirigencia parece que se está dando cuenta de ello recién ahora, con por lo menos cuatro años de retraso. Pero, en mi opinión, espantar inversiones y acudir a una especie de proteccionismo constituyen serios errores. Corremos el riesgo de comernos la gallina de los huevos de oro...