lunes, noviembre 26, 2007

Ni olvido ni perdón


Las verdaderas razones por las cuales Ramón Díaz se quedó en San Lorenzo es muy posible que no se conozcan nunca. De lo que no cabe duda es de que los invictos no lo van a perdonar.

La cosa parecía muy fácil. Para el club poderoso, que todavía luce el apodo de millonario pese a indicios que hacen dudar de la justicia del mismo, llevarse al DT iba a ser poco más que un trámite. La oposición que podía plantear la institución azulgrana a ese designio inevitable, tanto en términos económicos como deportivos, lucía extremadamente frágil.

Entonces, casi la totalidad del periodismo se tiró a la pileta: "Ramón Díaz vuelve a River", palabra más o menos, titularon casi todos. Estaba tan clarito todo que varios de ellos (quizá por inexperiencia) ni siquiera recurrieron al tradicional recurso de usar el condicional. Nada de "volvería": "vuelve". La primicia, ante todo (basada en el concepto "Mitre informa primero", que prevalece en lugar de "Mitre informa bien", y no sólo en los medios del Grupo Clarín).

Y de pronto, de un día para el otro, quedaron expuestos. Habían mandado fruta, como dicen los pibes.

Salvo Daniel Arcucci en "La Nación", no hubo mea culpa. Todo lo contrario. En ese mismo diario, por ejemplo, un tal Martín Castilla que había firmado el día anterior la "noticia" del regreso, escribió una patética autojustificación, quizá por exigencia de su jefe, con un absoluto desprecio por la autocrítica que él y sus colegas suelen reclamar a jugadores, técnicos y árbitros. Su colega Ariel Ruya, en otra columna, expresaba una sorprendente preocupación por el futuro de las finanzas sanlorencistas: el artículo destilaba despecho a torrentes.

Ahora sólo es cuestión de esperar. En cuanto San Lorenzo pierda un par de partidos en el próximo torneo Clausura, los invictos caerán sobre Ramón sin piedad. El paroxismo llegará en caso que el Ciclón no gane la Copa Libertadores: entonces, lo despellejarán antes de despedazarlo. Claro que si la ganamos...

Por mi parte, confieso que disfruté de la definición del episodio, al punto de creerme con gusto que fue por el compromiso con la gente. Están los que opinan lo contrario, pero cada uno puede pensar como quiere. Ahora sólo espero que San Lorenzo gane la Copa, y si ello no ocurre, masticaré mi bronca. No será la primera vez, es el destino del hincha cuervo; en mi caso, empezó con la final que nos ganó Peñarol en 1960 (yo era chico, pero la espina todavía la tengo atravesada).

Entre tanto, nadie me quitará lo bailado. Por una vez, la corporación periodística (esa que suele afirmar que "no hace periodismo de periodistas") quedó groseramente desairada.

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