domingo, marzo 07, 2010

Una visita a Punta Arenas

 
Frente de la casa de Mauricio Braun en Punta Arenas

Punta Arenas, capital de la Región de Magallanes y Antártica Chilena, es la tercera ciudad -según número de habitantes- de la Patagonia, detrás de las argentinas Neuquén y Comodoro Rivadavia. Está en el extremo sur del continente, en la península de Brunswick, sobre la costa del estrecho de Magallanes que la separa de la Isla Grande de Tierra del Fuego.

El atractivo más conocido de los que esta ciudad ofrece a sus visitantes es la posibilidad de hacer shopping aprovechando los buenos precios de su Zona Franca. Sin embargo, con mi esposa estábamos más interesados en los aspectos históricos, vinculados con su desarrollo productivo y social. La ciudad, fundada en 1848, recibió en el último tercio del siglo XIX un flujo migratorio intenso, tanto de europeos (croatas, alemanes, rusos, españoles, etc.) como de chilenos provenientes de Chiloé y Bío Bío.  Ese factor, y su estratégica ubicación sobre el paso obligado para el tráfico marítimo entre el Atlántico y el Pacífico, fueron los determinantes de su carácter cosmopolita y su esplendor económico. Con la apertura del canal de Panamá, en 1914, su estrella comenzó a declinar, pero la impronta de los pioneros no fue borrada.

El viaje en auto desde Ushuaia -unos 800 km.-  se hace por rutas pavimentadas y en buen estado (sólo hay que atravesar 100 km. de ripio) por lo que insume entre 8 y 9 horas, dependiendo del clima (en particular, del estado del mar para cruzar el estrecho con el balseo de la Primera Angostura) y de las eventuales demoras en los puestos fronterizos.

Ya en el continente, 120 kilómetros antes de arribar a destino encontramos el primer testimonio del pasado, la estancia San Gregorio, o lo que queda de ella. Se trata de la que fue principal propiedad rural de José Menéndez, un español que llegó a la región hacia 1874, cuando adquirió un almacén naval a Luis Piedra Buena y se radicó con su esposa, la uruguaya María Behety.

Frente la costa se encuentran, en un estado de semiabandono, un gran galpón de esquila, otro destinado a depósito de cueros, varias viviendas para el personal y otras dependencias. Las chapas oxidadas y los vidrios rotos de las ventanas no impiden comprender la pujanza que el emprendimiento tuvo en su mejor época. Nos adentramos un kilómetro hacia el oeste, hasta llegar al edificio de la casa principal, que pese a su deterioro aún exhibe su porte señorial. Descubrimos que la villa se encuentra habitada, pero una señora que nos salió al encuentro se ocupó de demostrarnos que no tenía ningún interés en hablar con nosotros, por lo que nos retiramos tras tomar una foto.


 
 Villa San Gregorio

Sobre la orilla del mar se oxida mansamente el vapor "Amadeo", que integró la flota de la compañía naviera de Menéndez durante casi cuarenta años, desde 1893. Tanto él como varios de sus contemporáneos incursionaron, además de la ganadería ovina, en los más diversos negocios, como el transporte marítimo, las construcciones navales, la actividad maderera, la frigorífica, el comercio internacional y las finanzas. Menéndez fue uno de los miembros prominentes de una casta empresaria que extendería sus intereses a la isla fueguina, de ambos lados de la frontera, así como a las provincias argentinas de Santa Cruz, Chubut, Neuquén y Río Negro,  además -por supuesto- de establecer sedes en Valparaíso, Santiago de Chile y Buenos Aires.


 
Vapor Amadeo varado en la costa de San Gregorio

Seguimos hacia Punta Arenas, donde llegamos a última hora de la tarde, con el cielo algo nublado y el clima ventoso. Nos alojamos en el hotel Finis Terrae, que además de confort y buena ubicación, ofrece a los pasajeros argentinos un interesante descuento de 50% sobre la tarifa de mostrador. La gastronomía puntaarenense es famosa por los frutos de mar, así que cenamos una rica paella en la "Casa España".

El día siguiente sería el único que pasaríamos completo en la ciudad, de manera que nos puso contentos que se presentara despejado y sin viento. Caminamos hacia la zona del puerto y el centro histórico, buscando las huellas del núcleo generador del pasado desarrollo, muchas de las cuales se encuentran en torno a la plaza Muñoz Gamero.

Junto a frondosos abedules y cipreses, flanqueado por los puestos de un mercado artesanal, en el centro de la plaza está el monumento a Hernando de Magallanes, que Menéndez donó para la conmemoración del cuarto centenario del arribo del navegante lusitano a la zona. En las calles que la rodean hay un conjunto de edificaciones de estilo neoclásico, que albergaron las residencias y oficinas de los pioneros. Vale la pena una pequeña digresión al respecto.

Casi diez años antes que Menéndez, había llegado a la región un aventurero portugués, José Nogueira, que hizo una rápida fortuna cazando ballenas y lobos, para ampliar luego sus actividades al rubro ganadero. Para la misma época, desde un territorio que hoy pertenece a Lituania, arribó Elías Braun, un judío semianalfabeto que huía junto a su familia del feroz antisemitismo del imperio ruso. Habiendo llegado, como decimos en la Argentina, "con una mano atrás y otra adelante", Elías inició muy pronto una actividad comercial., estableciéndose con un hotel en la zona del puerto. Con el tiempo, su hija Sara se casaría con Nogueira, mientras que su hijo Mauricio (Moritz), siendo ya un incipiente empresario, desposaría a Josefina, hija de José Menéndez. Así, los tres competidores, que ya compartían la extrema humildad de orígenes,  terminarían además vinculados por lazos familiares.

Menéndez conformó con sus hijos la Ganadera Menéndez Behety, cuyas oficinas instaló en un edificio que hoy alberga la sede de una empresa turística.


Edificio que albergó las oficinas de la 
Ganadera Menéndez Behety

Mauricio Braun se asoció con José Blanchard, conformando la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, dedicada a la actividad ganadera en la porción chilena de la Isla. Los dos, junto a Menéndez, fundaron en 1908 la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, dedicada al comercio y el transporte marítimo que pronto  amplió sus actividades al territorio argentino. Conocida como "La Anónima", la empresa subsiste en la actualidad, dirigida por descendientes de Braun y manejando una cadena de supermercados presente en casi toda la Argentina. La residencia de la familia Blanchard frente a la plaza Muñoz Gamero es una de las más bonitas, y hoy alberga al Instituto Antártico chileno.



Residencia Blanchard frente a la plaza Muñoz Gamero

Párrafo aparte para la residencia de Mauricio Braun. Sus descendientes donaron el edificio y el mobiliario para que funcione allí un museo regional. Al visitarlo uno no puede menos que sentir admiración. La casa, construida en 1905, poseía unos adelantos de los que carecían otras ciudades chilenas de la época. En la planta baja (que en Chile se denomina "primer piso"), estaban las habitaciones de la familia, donde el mobiliario, el empapelado, el artesonado de los techos y los objetos de arte deslumbran al visitante.


Detalle del dormitorio del matrimonio Braun

El empresario tenía sus oficinas en otro edificio, pero también disponía de un escritorio en su casa, donde solía trabajar y, asimismo, recibía a clientes y asociados. El acceso se producía por una puerta lateral, con lo cual quedaba resguardada la privacidad familiar. El mobiliario estaba construido en madera de caoba y tapizado en cuero.
El escritorio de Mauricio Braun en su casa familiar

Había también un salón de entretenimientos, con una mesa de billar, un tocadiscos, una mesa para el juego de naipes y varios sillones.

En el subsuelo o "zócalo" estaban las dependencias de servicio. La cocina comprendía un área donde comía el personal, e incluía un "montaplatos" mediante el cual los alimentos eran enviados al comedor del piso superior. Además, estaban los dormitorios y baños del personal doméstico.

Dormitorio del personal doméstico 
en el zócalo de la casa de Mauricio Braun

Sara Braun enviudó pocos años después de casarse con Nogueira. Sin embargo, continuó y acrecentó los negocios de su esposo. Frente a la plaza Muñoz Gamero está el Palacio Sara Braun, que hoy alberga al hotel José Nogueira. Es una construcción bellísima, no tan grande como la casa de su hermano, pero que también contiene muestras del boato y el lujo que complacían a aquellos hombres y mujeres. En un lateral del edificio está el jardín de invierno, construido en hierro y vidrio. Pesados cortinados y  suntuosos empapelados entornan la sala de billar. En el living, hay unos sillones ricamente tapizados frente a un enorme ventanal, a cuyo pie se observa un elegante piano de cola.


Fachada del Palacio Sara Braun

El esplendor se apagó lentamente a partir de 1914, aunque la ciudad y la región mantuvieron su importancia. La cuestionable relación de aquellos pioneros con los aborígenes no empalidece la epopeya. De regreso a la Argentina, reflexionábamos sobre algunos estereotipos tan extendidos como insostenibles. Por ejemplo, el que refiere a la "novedad" de las inversiones chilenas registradas en nuestro país en los últimos años, cuando aquellos emprendedores puntaarenenses  habían marcado el sendero cien años atrás.

Ya pasado el mediodía llegamos al puerto. Junto a un galpón donde es posible comprar pescado y mariscos frescos, está la "Cocinería". Entramos para descubrir varios puestos muy humildes en los que se puede comer platos típicos de la región. Nos sentamos en uno de ellos, atendido por una señora muy amable, a la que pedimos que nos trajera un "caldillo marinero" que resultó muy sabroso. Cuando le preguntamos qué podíamos beber, nos respondió que tenía gaseosas y, también, "té frío". Ante nuestra mirada, nos aclaró con una sonrisa: "Bueno, es vino blanco servido en taza..."

Por la tarde anduvimos un rato por la Zona Franca, y luego recorrimos los barrios en la periferia del centro.  Es una ciudad agradable, de casas bajas, muy limpia (estoy seguro de que ninguna población argentina resistiría una comparación al respecto) y bien distribuida. A la noche, volvimos a caer en la tentación del pescado (con "s"), esta vez en el mítico Sotito´s, y le hicimos honor a un  muy buen vino blanco de Undurraga  Al día siguiente emprendimos el regreso, satisfechos por el paseo y, también, por la amabilidad y hospitalidad del pueblo chileno.

2 comentarios:

ars dijo...

Mike: me encantó lo "del té frío". Hace años que busco la excusa perfecta y finalmente la he encontrado.
Luego, un detalle que debés tomar como una deformación profesional. La esplendorosa arquitectura que bien mostrás no es neoclásica. Ahora y aquí el horno no está para bollos. No voy a "embocar" a los lectores con una pesada clase. Diría que se trata de una arquitectura ecléctica muy asociada al patrón francés, más bien parisino, de fines del siglo XIX. La referencia al acero y el vidrio son un dato central. Las "mansardas" que las fotografías muestran también. Por ahí la actual agencia de turismo presenta un "touch" entre neo renacentista y barrocón portugués. El XIX ha sido "una masa".

Mastrocuervo dijo...

Frank:

Gracias por la aclaración. Eso me pasa por hacer ejercicio ilegal de la arquitectura... Y, comparto, el S. XIX fue muy interesante.