
Todavía es temprano como para comparar la presente crisis estadounidense (es decir: no puede mensurarse aún el "efecto jazz") con la Gran Depresión de 1929/30. De hecho, por ahora el cimbronazo está circunscripto al plano financiero, aunque es de suponer que tendrá consecuencias sobre el campo real de la economía (el consumo, la producción, la inversión, el empleo) y que, globalidad mediante, las mismas se expanderán al resto del mundo.
En la blogosfera abundan los comentarios al respecto, varios provenientes de vendedores de humo, pero la mayoría de gente estudiosa y con mucho fundamento, por lo que no pretenderé desde aquí inventar la pólvora, para lo cual además no me da el cuero . Pero quizá por aquello que dijo Juan Pablo Feinmann ("cualquier p... tiene un blog") y compartiendo el criterio de mi tocayo Zorombático ("algunos tienen un perro o un gato, yo tengo un blog"), dejaré en este pequeño cyberespacio donde humildemente estoy paradito (¡gracias, Cris!) unas pocas divagaciones.
Aquí va la primera. La crisis ha disparado las voces de los
progresistas hipercríticos del capitalismo, que tornan a aplicarnos con aires de
idische mamme sus "te lo dije". Es una tarea en cierto modo fácil, porque el capitalismo tiene mala prensa o, digamos, carece de corrección política. Sin embargo, me permito señalar que con todas sus falencias y peculiaridades, las crisis que cada tanto lo afectan no tienen el efecto devastador que distingue a las de las economías centralmente planificadas. O, mejor dicho, a la única crisis conocida que afectó y pulverizó a las economías de la órbita soviética. Cuando la polvareda generada por el derrumbe (¿como burbuja?) del Muro de Berlín se disipó, al Este de allí no quedaba nada de lo que había comenzado a construirse en 1917. Más lejos, la China comandada por la gerontocracia de Deng ya hacía rato que había abjurado de la ortodoxia comunista en materia económica. Cuba y Norcorea, por su parte, quedaron boqueando, como tristes ejemplos residuales y ruinosos. Dos décadas más tarde, el socialismo de tipo marxista no tiene la menor probabilidad de reinstalarse en los países que lo sufrieron; más aún, los comunistas vietnamitas siguen con entusiasmo el sendero de sus vecinos norteños. Algo bastante diferente a lo que ha ocurrido, hasta aquí, con las crisis del capitalismo, aún vivito y coleando pese a los temblores y a las sesudas predicciones en contrario.
Aquí va otra. Llama la atención que los remedios de urgencia aplicados por la administración Bush, incluyendo la conversión de los ejecutivos de AIG en empleados públicos, se emparenten en lo filosófico -por llamarlo de alguna manera- con el salvataje para deudores privados que en 1981 instrumentó un
presidente del Banco Central argentino que más tarde alcanzaría cierta celebridad. Lo cual me lleva a recordar un concepto de
Juan Carlos de Pablo que transcribo a continuación:
"El usuario del análisis económico tiene una fuente de inspiración y una meta: el problema que se le plantea. Sin un problema delante, el economista empírico rara vez comienza a ac tuar, y cada vez que considera la utilización de un modelo lo hace exclusivamente en términos del problema que tiene por delante. (...) Por eso ningún genuino usuario del análisis económico es "clásico", "keynesiano", "partidario de las expectativas racionales", "librecambista", "proteccionista", etc. Por el contrario, cualquier usuario genuino del análisis económico conoce bien las distintas partes esenciales de la teoría, y las aplica en función del problema que tiene que resolver (con gran frecuencia, el usuario del análisis económico mezcla distintos instrumentos, para horror de los economistas teóricos)." Incompletísimo Diccionario de Economía. El Cronista Ediciones. Buenos Aires, 1994.El tiempo dirá si los señores Paulson y Bernanke conocen bien las distintas partes esenciales de la teoría y si las aplican con acierto. De momento, creo que las medidas adoptadas demuestran que "en el terreno de los hechos " (como diría von Hayek) los etiquetamientos pseudoideológicos no tienen validez.
La última, por ahora. ¿Se trata de un problema de falta de regulaciones, de "poco Estado", de "demasiado capitalismo"? Es posible que sea el resultado de un trágico
mix. Por un lado, la burbuja de las hipotecas "subprime" creció al amparo de un marco regulatorio que parece haber sido incapaz de regular nada. Pero, antes de eso, la política monetaria de la administración republicana fue deliberadamente laxa, con el objetivo de mantener baja la tasa de interés y así relanzar una economía que venía con poco tono muscular después del 11-S. Cuando la tasa de interés subió, millones de deudores hipotecarios quedaron imposibilitados de pagar, y el sistema entró en barrena.
Cierro con una alusión a las acciones recientes del gobierno argentino. Por necesidad, el kirchnerismo parece que va a hacer lo que juraba no iba a hacer jamás. Con sus toscos modales de siempre, pero lo está anunciando, y eso no deja de tener su costado positivo. Vamos a ver qué pasa cuando llegue el momento de pasar de la retórica a la práctica, ya que más de una vez los anuncios del gobierno quedaron sólo en eso.