jueves, diciembre 04, 2008

El Palacio de San José

Dado que por razones profesionales tenía que viajar a la ciudad de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos, aprovechamos con mi señora para hacer algo de miniturismo. Así, nos trasladamos desde Buenos Aires en auto hasta Concepción del Uruguay (unos 300 km.) en el Este provincial, y de allí hicimos 23 km. más hacia el Oeste hasta llegar al Palacio de San José.

Se trata de una residencia construida durante diez años (desde 1848) por Justo José de Urquiza, uno de los "caudillos" del interior del país que tuvo un rol protagónico -político y militar- en la turbulenta época de las guerras civiles de mediados del Siglo XIX. Fue varias veces gobernador provincial, y primer presidente constitucional de la Nación, entre 1854 y 1860. En realidad, presidió la Confederación Argentina, la cual no incluía a la provincia de Buenos Aires, lo que reflejaba la magnitud de los conflictos de esos tiempos.

Pero no tema el lector, no voy a hacer aquí ejercicio ilegal de la historiografía, sino algo mucho más fácil y gratificante, como lo es transmitir las impresiones que me dejó esta visita al lugar donde Urquiza vivió con su numerosa familia y ejerció sus actividades políticas y empresarias, hasta que fue asesinado en abril de 1870, a sus 69 años.

Empiezo con un aspecto de la personalidad del caudillo que yo desconocía, como lo fue su perfil de pujante empresario. En efecto, parece que desde muy joven incursionó en los negocios (a los 21 años adquirió su primer campo) con notable éxito, por lo que puede afirmarse que cuando llegó a la política ya disponía de un patrimonio mucho más que considerable. Sus actividades no se limitaron a la producción agropecuaria (aunque llegó a ser propietario de un millón de hectáreas de campo), sino que se extendieron a una muy amplia gama de empresas agrícolas, industriales, financieras y de servicios. Fue accionista y director de bancos, navieras, ingenios azucareros y saladeros (en una época en que todavía no existía la industria frigorífica), entre muchos otros rubros. Exportó productos a Estados Unidos, Brasil, Uruguay, Perú y Cuba, así como a diversos países europeos.

Otra faceta interesante, derivada de su actuación política, fue una notoria preocupación por la educación pública. En efecto, además de crear varias escuelas primarias, fundó el actual Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, en el cual estudiarían futuros presidentes como Roca y Frondizi.

Más allá de estos datos, las características del Palacio son sencillamente impresionantes. Sus principales roles fueron el de servir de sede a la dirección de un establecimiento rural de gran escala, así como el de alojar a Urquiza, su esposa y sus hijos, junto con una impresionante dotación de educadores, institutrices, personal doméstico y empleados de distintas jerarquías del establecimiento.

(Digresión: el de los hijos no fue un asunto menor, ya que el caudillo fue padre de veintitrés (sí, 23). Los primeros once los tuvo con distintas mujeres, y los siguientes doce con su única esposa, Dolores Costa. Pero los primeros fueron reconocidos por el General, quien se hizo cargo de todos ellos.)

El edificio, de una sola planta, está desarrollado en tres secciones. Al frente, y rodeando al Patio de Honor, están las salas de recepción, el salón de juegos, el escritorio de Urquiza, el comedor principal y las habitaciones para la familia y los huéspedes. Luego vienen los cuartos para el personal jerarquizado, otro comedor y la sección de la cocina y la despensa, en torno al Patio del Parral, así llamado por la hermosa parra que trepa sobre una magnífica estructura artesanal de hierro forjado. Después está el contrafrente, con las dependencias donde se alojaba el personal de servicio. En edificios separados, a un lado está la capilla y al otro, el área de panadería, almacén y cocheras.

La construcción está rodeada de hermosos jardines. En el frente, dos pajareras de hierro forjado albergaban especies traídas de distintos países del mundo. Detrás del edificio había una gran quinta con árboles frutales, y a unos doscientos metros, se construyó un lago artificial rodeado por muros de ladrillos.

Ahora, los detalles de fina terminación y buen gusto.

El Palacio fue la primera edificación del país que dispuso de un sistema de agua corriente (es decir, antes que la por entonces ya orgullosa Buenos Aires). En la foto siguiente se ven los restos de la noria que servía para extraer el agua de un río situado a dos kilómetros de distancia, y bombearla hasta el tanque elevado desde el cual circulaba por cañerías hasta la casa.



En el Patio del Parral hay un aljibe cuya parte superior está tallada en una pieza única de mármol importado de Italia.


Como derivación de la actividad de su dueño, el Palacio era un centro político nacional de gran importancia. Dirigentes de distinta extracción concurrían allí a sostener cónclaves con el General, así como diplomáticos y dignatarios extranjeros.

Uno de sus grandes rivales políticos, Domingo F. Sarmiento, lo hizo en febrero de 1870, mientras era Presidente. Se dice que Urquiza, tras recibirlo con honores que incluyeron la extensión de una alfombra roja en el frente, le asignó una habitación que disponía de una canilla de agua, para demostrarle cuán civilizados estaban los pobladores del interior. En esta foto se ve el grifo, en la pared de la izquierda junto a la cortina, y también el mueble que en su cajón inferior albergaba un pequeño bacín que el huésped podía usar para atender sus necesidades fisiológicas nocturnas...


El diseño de los cielorrasos no se repite en ninguna de las treinta y ocho habitaciones. Se destaca la sala de recepciones conocida como Salón de los Espejos, techado con cien piezas importadas de Francia.


El conjunto, caracterizado por una estricta simetría, rebosa refinamiento y lujo por los cuatro costados. En el patio del contrafrente, están los bustos que representan a Alejandro Magno, Julio César, Hernán Cortés y Napoleón: se ve que Urquiza admiraba a los conquistadores...



La capilla, construida por un arquitecto italiano, tiene una cúpula decorada por el plástico uruguayo Juan M. Blanes y una pila bautismal en mármol italiano, mientras que el altar y los púlpitos están tallados en cedro con aplicaciones de oro.


En el lago artificial había unos botes de remos, pero los visitantes podían navegar también en el "San Cipriano", un pequeño vapor que Urquiza mandó a construir especialmente.

La magnitud de la obra, la calidad de los materiales y de las ornamentaciones, sumados a la ubicación geográfica y a las limitaciones del transporte propias de la época, obligan a pensar en el formidable despliegue de recursos financieros, materiales y humanos que fue necesario para llevarla a cabo. Transportar piedras, hierros, maderas y hasta animales desde otras zonas del país, así como desde Europa y Africa, tiene que haber exigido una logística muy compleja.

Allí está ese monumento, como interesante testimonio de una época, mostrando la impronta de un personaje pleno de contrastes.

Trataré de conseguir alguna buena biografía de Urquiza, para saber más de él y su tiempo.

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