domingo, enero 20, 2008

Recuerdo de un genio



Hace hoy un cuarto de siglo moría Manoel Francisco dos Santos, "Garrincha", integrante del gran "scratch" brasileño que ganó los mundiales de fútbol en 1958 y 1962. Tenía 49 años y se fue de este mundo estragado por el alcohol y en una pobreza casi extrema.

Si su final fue triste, tampoco se puede decir que fue bendecido al nacer. Era patizambo (sus pies estaban torcidos hacia afuera y las rodillas demasiado juntas), padecía una desviación de columna y tenía una pierna 6 cm. más corta que la otra; además, su coeficiente intelectual era bajísimo.

Sin embargo, Garrincha -o "Mané", como también lo llamaban- llegó a ser un fenomenal ídolo popular en un país en el que el fútbol es casi una religión de masas. Se lo considera el artífice del título de 1962, cuando Pelé quedó al magen del equipo por una lesión. Ese año, Mané era el mejor jugador del mundo.

Cuentan que una vez, luego de que el DT del seleccionado, Vicente Feola, explicara a sus dirigidos -con pizarrón incluido- la táctica con la cual iban a derrotar a sus rivales, un distraído Garrincha le preguntó: "Maestro, ¿y Ud. esto ya lo habló con los contrarios?"

Fue uno más de tantos genios del arte y el deporte a quienes parece que la vida les factura una leonina compensación por haberle acordado sus excepcionales dotes.

Tuve la suerte de verlo actuar allá por los comienzos de los sesenta en la cancha de River Plate, jugando para el Botafogo contra el Barcelona en un cuadrangular de verano. Esa misma noche definieron el torneo River y Boca, en un partido en que Amadeo Carrizo le atajó un penal a Valentim.

Comprobé entonces que su indescifrable estilo ejercía un dominio psicológico sobre sus rivales; se me ocurre ahora que era algo parecido a lo que pasaba con Nicolino Locche en su esplendor, cuando convencía a sus rivales de que no podían pegarle.

El pobre tipo al que le tocó marcarlo, de cuyo apellido me olvidé, quería que el partido terminara cuanto antes o que alguien lo sacara de allí. Mané no sólo lo gambetetó de mil maneras: durante un tramo, lo desbordó en cuatro jugadas seguidas haciendo siempre el mismo movimiento (amague hacia adentro, quiebre de cintura, enganche hacia afuera), y el hispano no podía pararlo pese a que "sabía" que el brasileño iba a salir para ese lado. Le tiraba unos guadañazos homicidas y ni siquiera lograba voltearlo.

Les dejo un video para que disfruten su magia y vean, también, con cuánto dolor lo despidió el pueblo brasileño.


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