sábado, mayo 10, 2008

Después del 11-9 day


En cualquier partido de potrero, un equipo con dos hombres más que el contrario dispone de una ventaja decisiva. Si además va ganando por dos goles y faltan veinte minutos para terminar, la única duda posible debe girar en torno a la cantidad de goles adicionales que va a propinarle a su rival.

Todos quienes estábamos viendo River-San Lorenzo el pasado jueves hubiéramos suscripto el párrafo anterior un instante antes de que Bergessio, tras recibir ese pase perfecto de Placente (un defensor que estaba parado en el punto del penal del área adversaria), clavara en un ángulo el descuento del Ciclón. Existía el antecedente reciente del partido que el equipo azulgrana había dado vuelta en Bolivia, pero ni el rival ni el estadio eran comparables.

Sin embargo, al ratito el equipo disminuido forzó un corner, mediante el cual D'Alessandro localizó a una de las tres camisetas azulgranas que se alcanzaban a ver en el área, entre las de siete de sus adversarios: empate. De la supuesta ventaja por ser once contra nueve, River pasaba a soportar su propio 11-9 day.

Desde entonces, los comentarios en los diarios y portales de Internet, como en la oficina, el taller y el café, van de burlones a trágicos, según las simpatías de quien los emita, y están centrados en lo increíble del episodio, haciendo hincapié en el coraje y la fragilidad anímica de unos y otros.

No voy a agregar más tinta a ese océano desde aquí. Sólo quiero referirme a un par de aspectos, vinculados con la verborrea periodística que caracteriza al fútbol actual, y que a mi modo de ver es responsable en buena medida de la histeria y la violencia que ya han pasado a formar parte indisoluble del espectáculo.

Simeone ha sido el heredero perfecto de Bielsa para la amplia fracción del periodismo especializado bienpensante. Después de la decepcionante renuncia del Loco a la selección, sus sucesores no conformaron los paladares de estos señores. En el caso de Pekerman, no sé bien por qué, ya que siempre me pareció un tipo muy correcto, y en materia de calidad de juego y resultados logró mucho más que Bielsa. En cuanto a Basile, lo tacharon de no trabajador y a otra cosa.

Porque de eso se trata: según esta corriente, entrenar un cuadro de fútbol es un hecho casi científico, que exige "trabajo" -en el sentido de la investigación en un laboratorio- para alcanzar el exito. Si las cosas después no salen como era de esperar, no importa, porque al menos en la semana se trabajó con seriedad. Es lo que explica el buen trato a Bielsa después de conducir en 2002 a la albiceleste a su peor desempeño en la fase final de un mundial (eliminado en ronda inicial) desde 1962. Por eso no se le criticó su idea de que Batistuta y Crespo no podían jugar juntos, como sí se hizo con la misma tesitura de Passarella.

Cuando Simeone, luego de ser campeón con Estudiantes, se fue a River, tenía todo para candidatearlo como futuro técnico de la selección. Es trabajador, serio, y estuvo muchos años en Europa, donde además desarrolló un gusto por la buena pilcha y un look tecnomoderno. Sólo le faltaba cubrirse de gloria con el equipo de la banda roja y, después, sería cuestión de esperar (u operar) para proyectarlo al banco de la selección.

Ramón Díaz es, desde ese ángulo, su contrafigura perfecta. Cultiva sin pudores un perfil de pícaro y chicanero; sus instrucciones desde el costado -para impartir las cuales llama la atención de sus jugadores mediante unos insólitos chiflidos- no pasan de repetir "¡Vamos, vamos...!" entre salivazos de costado; discute con los árbitros; y como entrenador tuvo un paso tan efímero como gris por Europa, en un ignoto club de ascenso. Para colmo, es riojano y nadie olvida sus noventistas simpatías por su coterráneo más famoso.

¿Cómo explicar, entonces, lo que pasó este jueves? El científico tenía todo servido en bandeja y el chanta estaba a punto de ser eviscerado. Sin embargo, el serio hocicó ante el pícaro.

Es que todos nos olvidamos de lo que Dante Panzeri escribió hace como medio siglo: el fútbol, definió, es "dinámica de lo impensable".

¿Trabajo? Sí, para poner a punto el físico de los jugadores; para ensayar la forma en que el equipo se distribuirá en la cancha; para ensayar jugadas, tanto defensivas como de ataque. Es decir, para probar y ver si después sale en la cancha. Pero esto último, está por verse.

En definitiva, en la cancha todo dependerá del jugador (no sólo de su mayor o menor talento, sino de si durmió bien la noche anterior, si discutió con la bruja, etc.etc.) y de otras cuestiones tan impensables como el pique en falso de una pelota (pregúntenle sino a Carrizo por qué casi la tiene que ir a buscar por tercera vez adentro del arco la otra noche), la lluvia caída, el calor, el viento y muchos otros factores.

Termino con la perorata: quizá las mayores virtudes de Ramón Díaz no tengan que ver con aspectos "técnicos" que se "trabajan", sino con otras mucho más etéreas. Una de ellas, el "ojo" para elegir jugadores: el Lobo Ledesma vegetaba en Colón, la Gata Fernández era ninguneado en River, Orión era un suplente con poco vuelo, Osmar Ferreyra recibía una andanada de silbidos antes de poder tocar la pelota, D'Alessandro andaba peleándose con medio mundo en España, Bergessio no jugaba nunca en el Benfica. Todos ellos terminaron siendo piezas importantes del equipo.

La otra virtud que sospecho tiene, es su capacidad para conducir un grupo (en esto me hace acordar al chileno Pellegrini) y galvanizarlo en pos de objetivos comunes. El partido que comento aquí es una prueba, al igual que el triunfo en el torneo Clausura 2006/2007 con casi los mismos jugadores que venían de ser goleados de forma estrepitosa en el Apertura por Boca y River.

Lo que va a pasar de aquí en más con San Lorenzo, River, Díaz y Simeone nadie lo sabe. Lo que es seguro, es que no dependerá sólo del trabajo y la seriedad.

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