sábado, noviembre 29, 2008

Fútbol, plata, violencia



Es sábado. En un rato más, mi querido San Lorenzo de Almagro jugará un partido decisivo (faltan tres fechas para terminar el torneo y estamos a dos puntos del puntero), contra Huracán, el clásico adversario zonal.

Los dos clubes fueron fundados hace 100 años, en unos arrabales pobres de la ciudad de Buenos Aires, luego denominados Almagro y Boedo (los barrios de San Lorenzo) y Parque de los Patricios (el de Huracán). En ellos habita hoy una clase media-media, digamos, que ha soportado con estoicismo nuestras crisis recurrentes, pero que muestra las huellas del castigo en el deterioro de las fachadas de muchas casas y locales comerciales que supieron de épocas mejores. Avatares históricos, que le dicen.

Aunque San Lorenzo ya no tiene su estadio en Boedo (lo perdió como consecuencia de malas administraciones, hace tiempo), el barrio sigue siendo azulgrana. O "cuervo", como se nos dice a los simpatizantes desde hace un tiempo. Una curiosidad: esta palabra era utilizada por los hinchas de Huracán en forma despectiva, aludiendo a la fundación del club por un cura salesiano, pero hoy nos identifica sin que nadie se moleste por ello.

La rivalidad ha perdurado a través del tiempo, pero en los últimos años ha alcanzado unos niveles de insólita barbarie. Parece ser que hace algo más de un mes, hubo un enfrentamiento entre "barras bravas" (eufemismo que alude a esos especímenes que bajo el disfraz de hinchas, dan rienda suelta a sus instintos criminales y trafican influencias y otras yerbas con la dirigencia de los clubes) que terminó con la muerte de un joven hincha de Huracán tras veinte días de agonía. Por tal motivo, toda la semana se estuvo hablando de la violencia o, dicho de otro modo, de la necesidad de que el espectáculo deportivo se pueda llevar a cabo sin hechos trágicos. No se trata de una novedad, por cierto, ni de una característica exclusiva del fútbol argentino, aunque entre nosotros viene creciendo con un vigor digno de mejores causas.

No pretendo hacer aquí un informe sociológico sobre las causas de este fenómeno, pero me pregunto sobre el grado de influencia que tendrán otros factores. Por ejemplo, estos:

-La organización del fútbol en este formato de "torneos cortos", funcional a los intereses de la televisión, en los que un equipo que pierde dos partidos seguidos puede quedar tempranamente sin posibilidades de alcanzar la punta. A raíz de ello, se ha instalado un clima de "matar o morir", una transformación del dramatismo más o menos natural (y atractivo) de toda competencia deportiva en una obra trágica, con protagonistas y espectadores desencajados.

Esta especie de inmediatez salvaje tuvo esta semana una manifestación notable. Miguel Russo, el DT de San Lorenzo, hace menos de seis meses que está en el cargo, desde que comenzó este torneo. El equipo logró muy pronto un buen rendimiento, alcanzando el primer puesto en la quinta fecha y se mantuvo en esa posición hasta el fin de semana pasado, cuando como consecuencia de una serie de empates y derrotas, quedó en un expectante segundo lugar. La campaña no sólo es buena, sino que quizá se vea coronada por el título. Sin embargo, después de la última derrota los plateístas lo insultaron con ferocidad, y ya circulan rumores sobre su alejamiento en caso de que el cuadro termine siendo... subcampeón. Rumores que posiblemente tengan origen en personas interesadas en "colocar" a algún otro técnico, y que consiguen que ese run-run sea transmitido por los medios.

-El fogoneo constante de la prensa. Cuando yo era pibe, las radios y los diarios se ocupaban en forma especial del fútbol entre el viernes y el lunes; de martes a jueves sólo se publicaban algunos comentarios generales. Hoy, varios cientos de periodistas, pseudoperiodistas y movileros, deben llenar interminables horas de televisión y de sitios de diarios en Internet con lo que se les pueda ocurrir. Desde la opinión lapidaria del presidente de un club a punto de irse al descenso sobre el pobre desempeño de sus players hasta la tristeza que denota el rostro de la madre del defensor central que se hizo un gol en contra en la fecha anterior.

Un ejemplo de esto último se dió la semana pasada, cuando en varios programas televisivos se ocuparon de los insultos que intercambiaron Bergessio y Barrientos, de San Lorenzo, durante el desarrollo de un partido. Cualquiera que haya jugado un poco al fútbol sabe que se trata de algo normal de este deporte. Quiero decir: si Barrientos intentó una gambeta fallida en vez de pasarle la pelota a su compañero, lo más probable es que Bergessio se lo reproche; y más, no lo hará diciéndole "Estimado compañero, le agradeceré que en la próxima oportunidad me habilite Ud. con presteza" sino algo parecido a "¿Qué hacés, salame? ¿Jugás para ellos? ¿No ves que estoy sólo?" Sin que ello perjudique al equipo ni signifique que ambos se transformen en enemigos irreconciliables. Pero machacar una y otra vez sobre ese desencuentro sirve para ocupar espacios televisivos y, de paso, echa nafta a la hoguera.

Todos estos ingredientes desagradables me hacen perder el entusiasmo por este juego tan lindo (más de una vez, cuando paso cerca de una plaza o de cualquier lugar donde unos pibes corren tras una pelota, no puedo evitar detenerme a mirar un rato). Bastante tengo con la contradiccion entre mi (supuesta) racionalidad y ese sentimiento tan irracional implícito en la pasión por el color de una camiseta, como para encima tener que lidiar con la sospecha (mejor dicho, la convicción) de que los intereses económicos y la violencia en torno al espectáculo van convirtiendo cada vez más al fútbol en un circo romano al que no vale la pena tomar en serio.

(La foto es del Rvdo. Padre Lorenzo Massa, sacerdote de la congregación salesiana que fundó el club -luego llamado con su nombre- en 1908).

1 comentario:

Miguel Miranda dijo...

Tocayo, me rei mucho con el diálogo de los futbolistas, y estoy seguro que cambiaría lo de "salame" por alguna otra palabrela de mayor octanaje. Me encantó tu post y las reflexiones de lo que se está convirtiendo el juego: ya hay demasiado dinero en ello.

Un abrazo tropical.