lunes, noviembre 24, 2008

No en nombre de Keynes


El antecesor y vocero de la actual presidente nos ha advertido que ellos (el gobierno, claro) van a seguir siendo keynesianos.

La polémica acerca de Keynes y sus revolucionarios postulados es un clásico entre los economistas, y aún tiene plena vigencia pese a que ya pasaron más de setenta años desde la aparición de la más celebre obra de JMK, La Teoría General.

Por fuera de la academia, el eje del debate ha sido el grado de participación del gobierno en los asuntos económicos. Como suele suceder en otros órdenes de la vida y respecto de tantos temas polémicos, con el correr del tiempo las argumentaciones -a favor y en contra- han sido objeto de peligrosas simplificaciones, y la discusión, ardorosa por cierto, se ha desnaturalizado.

Ello, pese a que el mismo Keynes en la obra citada avisaba: "el propósito de nuestro análisis no es suministrar un mecanismo o un método de manipulación ciega que aporte una respuesta infalible, sino adquirir un método equipado y ordenado para pensar ciertos problemas (...) esa es la naturaleza del pensamiento económico". Quizá esto no fue tomado en cuenta no sólo por sus adversarios ortodoxos, sino también por los propios keynesianos.

Todo ello viene a cuento porque hace tiempo que el kirchnerismo ha pasado de la simplificación a la distorsión, y -lo que es grave- no sólo en el terreno del debate. Las políticas procíclicas -es decir, medidas fiscales expansivas cuando el ciclo económico está en una fase de auge- son cualquier cosa menos keynesianas, y eso Kirchner lo hizo con el desbocado aumento del gasto público cuando la coyuntura internacional (y los frutos de las inversiones de los tardíamente denostados noventas, por parte de los no menos vituperados productores agrícolas) favorecía el crecimiento a tasas chinas. Error que además le restó margen para maniobrar ahora, cuando se vino la noche.

Como tampoco aparecen en ningún escrito de Keynes ni de sus seguidores, recomendaciones para

  • manejar dineros públicos a través del ardid de los fondos fiduciarios, como en el caso Skanska, para ejecutar obras de infraestructura o decidir sobre los planes de inversión de las firmas privadas.
  • falsificar las estadísticas económicas oficiales.
  • presionar por cualquier vía (desde el abuso regulatorio hasta el apriete verbal y el piquete con palos y capuchas) a dueños de empresas, con el fin de influir en su política comercial o para inducirlos a vender todo o una parte de su capital a empresarios afines al oficialismo.
  • confiscar los ahorros de los trabajadores en el sistema previsional, y convertir sus aportes en meros pagos impositivos.

Por todo esto y bastante más, sería mejor que el casi siempre exaltado vocero oficial deje en paz la memoria de aquel hombre de fina sensibilidad y aguda inteligencia, amigo de Bertrand Russell y Virginia Woolf, que un día escribió: "No abrigo la esperanza de tener razón. Abrigo la esperanza de progresar".

Link: ver un buen comentario sobre el keynesianismo redactado por Elemaco.

(La imagen es un retrato del joven Keynes, firmado por Gwen Raverat)

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