domingo, febrero 08, 2009

Cafetín de Buenos Aires

Desde mi adolescencia estuve vinculado, de un modo u otro, a algún café. El antecedente más remoto que recuerdo es de mis tiempos de estudiante secundario, cuando a la salida del colegio "Hipólito Vieytes" de Buenos Aires, con mis compañeros íbamos a un bar ubicado frente al monumento al Cid Campeador, en "las diez esquinas" del barrio de Caballito. Cuando el mozo nos veía entrar en tropel el gesto se le transformaba, porque además de invadir el lugar con nuestro barullo, éramos capaces de consumir apenas una gaseosa entre siete u ocho, mientras concretábamos la transgresora aventura del cigarrillo.

Pocos años después fue el turno del "Café Bar El Parque", en la esquina de la avenida Rivadavia y el pasaje Florencio Balcarce. En tiempos en que esos bares de barrio permanecían abiertos las veinticuatro horas del día, probé por primera vez las "bebidas blancas" que mi padre me recomendaba evitar. Fue Manolo, el mozo gallego de infalible buen humor, quien me sirvió mis primeras ginebras (ya que el flaco contenido de la billetera pocas veces alcanzaba para un whisky). Pero, más importante que eso, en "El Parque" -un lugar con cierta historia, en el que habían parado deportistas conocidos como el futbolista Frassoldatti o el automovilista Rodríguez Canedo, y en cuya ventana se había tomado la fotografía del cantante Horacio Molina que ilustraba la tapa de uno de sus discos- empecé a desarrollar junto a mis amigos del alma esa costumbre de la tertulia interminable: sabido es que en torno a una mesa de café los argentinos podemos conformar el mejor equipo para la selección de fútbol, solucionar los más graves problemas del mundo y superar -o al menos "contener"- cualquier dificultad sentimental, por compleja que parezca.

En la época universitaria, el bar "Los estudiantes" de la avenida Córdoba albergaba mis angustias previas a los exámenes, situación que compartí también con quien luego sería mi esposa. Íbamos allí los que seguíamos la carrera de economía, para desmarcarnos de los que estudiaban para contador, que paraban en el "Facultades" de la esquina de Uriburu. Esa tajante división no impedía, claro, que peroráramos en contra del sectarismo...

Con el traslado a Ushuaia sufrí una especie de crisis, ya que por demasiado tiempo no encontré el lugar apropiado para continuar con aquella costumbre. Hasta que hace unos quince años abrió el "Café de la Esquina", en San Martín y 25 de Mayo, al que casi desde el comienzo frecuenté con mis amigos. Hasta que cerró hace un par de meses. La piqueta del progreso va a demoler el antiguo edificio, para permitir la construcción de uno nuevo en el que, posiblemente, David abrirá otra vez las puertas del boliche. Por supuesto que esperamos con ansiedad el momento en que Ariel vulelva a dejar sobre nuestra mesa, como sólo él sabe hacerlo, esos humeantes pocillos.

"El Parque" tampoco existe ya, pero Buenos Aires conserva aún varios cafés míticos, como el "Tortoni" de la avenida de Mayo. Sin embargo, no se trata de un patrimonio exclusivo de esa ciudad. Ejemplo: "El Cairo" de Rosario, inmortalizado por la obra literaria de Roberto Fontanarrosa. La afición por la charla de café es, sin duda, una marca registrada de cobertura nacional.

Quizá por ello el tango se ha ocupado con frecuencia de esa preferencia argentina. Dos que me gustan mucho son "Un boliche", de Tito Cabano y Carlos Acuña, y "Café La Humedad", de Cacho Castaña. Pero creo que ninguno supera a "Cafetín de Buenos Aires", con letra del gran Enrique Santos Discépolo y música de Mariano Mores, que en la interpretación del "Polaco" Roberto Goyeneche llega en este domingo a P & M, para que no lo extrañemos a Astor.





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