viernes, febrero 13, 2009

Vamos bien, pero todavía falta


La combinación de lo que Maradona y Messi representan tiene un efecto mediático que no por previsible, deja de ser impresionante.

A tal punto que se habla de un supuesto debut de "la dupla", cuando en la realidad no son tal cosa por la sencilla razón que uno de ellos actúa dentro de los límites del campo mientras el otro mira desde afuera.

Era de esperar, asimismo, que un resultado positivo en el partido con Francia gatillara la ola de exitismo exagerado que ahora inunda al mundo de los comentaristas, desde la televisión y los diarios hasta las mesas de café.

Por mi parte, me cuesta subirme a ese carro triunfal. La selección le ganó merecidamente a un equipo del que se puede decir tanto que es el subcampeón mundial vigente, como que afronta un difícil proceso de transición a partir del retiro de grandes figuras como Zidane, Vieira o Thuram, de las que no se avizora un recambio consistente. Les bleus no son hoy lo que eran dos años y medio atrás, eso está claro.

A esa versión devaluada de Francia le ganó la Argentina, con una producción de la que sólo creo destacable un cambio de actitud por parte de los jugadores, que contrasta con la imagen poco comprometida que dejaron en los últimos partidos en que fueron dirigidos por Basile. Pero de fútbol puro, creo que hubo poco para rescatar.

Un excelente funcionamiento defensivo, sí, con la solvencia de un Demichelis que se consolida como baluarte y referente de la última línea. También un buen trabajo de Mascherano y Gago en la contención y la distribución primaria. Y una promisoria aparición de Papa como marcador lateral izquierdo, un puesto que hacía tiempo no estaba bien cubierto en el equipo. Eso y muy poco más.

Insisto, ante un conjunto francés apenas discreto, Argentina mostró solidez defensiva pero poco volumen de juego de mitad de cancha en adelante. La elaboración ofensiva que todos esperábamos no apareció. El primer gol llegó tras un pelotazo muy largo que el Kun Aguero capturó contra la línea de fondo, con una actitud que no mostró en la era Basile. El segundo, en un contraataque en el que Tévez aguantó la pelota con su típica firmeza, y que Messi coronó tras una apilada con su sello. No hubo, en ninguno de los dos casos, jugadas colectivas hilvanadas, progreso en el terreno mediante asociación con toques precisos.

Después de cada uno de los goles, el equipo mostró confianza para controlar el trámite manteniendo la posesión de la pelota, para ir desmoronando al rival. En el primer caso, haciendo transcurrir los cinco minutos que faltaban para completar el primer período y así marchar al descanso en ventaja; en el segundo, para cerrar el partido sin sobresaltos. Ese es un mérito atribuible a la experiencia y jerarquía internacional de los jugadores.

Pero lo que logró Maradona hasta aquí no es poca cosa. El equipo estaba desmoralizado o, más que eso, desmotivado. El DT parece haber logrado transmitir -a partir del magnetismo de su formidable trayectoria como jugador- el significado de vestir la celeste y blanca a algunos jóvenes para quienes los logros de los equipos del '78 y el '86 quizá resultaran algo así como una historieta bella pero lejana. Es algo muy valorable, porque en el nivel de la alta competencia, el compromiso es una condición sine qua non.

Sin embargo, el equipo deberá crecer mucho para sostener sus aspiraciones ante rivales más sólidos que los franceses. Las grandes individualidades -debe haber pocos países que puedan elegir entre una constelación de estrellas como las que tiene la Argentina- son un buen punto de partida, pero uno no puede menos que exigir a la selección que no sólo "aguante" al rival, sino que lo domine y se despliegue en el campo contrario cubriendo todo el ancho de la cancha, explotando diferentes variantes de ataque. Eso, en Marsella no se vió.

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