jueves, septiembre 24, 2009

El dilema de la inmigraciòn (2da. parte)


El caudaloso flujo migratorio que, a partir del último cuarto del Siglo XIX, posibilitó a la Argentina disponer del capital humano necesario para impulsar una etapa de gran expansión económica que se extendería por cincuenta años, no fue un fenómeno espontáneo. En efecto, los gobiernos de la llamada “Generación del Progreso”, no obstante haber pasado a la historia etiquetados como cultores del libre mercado, no sólo estimularon -mediante medidas que hoy llamaríamos “políticas activas”- las inversiones en infraestructura y la incorporación de nuevas tecnologías (que eso eran, por aquellos años, el alambrado, el tanque australiano, el tractor y el silo), sino también el ingreso de población.

Desde el alojamiento temporario gratuito en Buenos Aires hasta el reclutamiento para trabajar en los planes de obras públicas y las desgravaciones para las colonias agrícolas de Santa Fe, por dar sólo algunos ejemplos, muchas y muy concretas fueron las señales muy atractivas para los millones de europeos que querían escapar de una tremenda crisis agrícola en sus lugares de origen. Ellos también valoraban la calidad institucional del país, cuya organización constitucional y jurídica de principios amplios era complementada por un sistema financiero y un régimen fiscal e impositivo modernos.

En el extremo austral, y para la misma época, las cosas no se dieron exactamente de la misma manera. La zona norte de la isla se fue poblando en forma muy lenta, ya que tanto la actividad de las estancias como la del frigorífico, basadas en la ganadería ovina, tenían una fuerte estacionalidad. Su desarrollo inicial, partiendo del programa de arrendamiento y venta de tierras fiscales del gobierno de Pellegrini, fue producto de la iniciativa privada. No hubo allí programas de obras ni tendido de líneas férreas a cargo del Estado; no se construyeron puertos, ni se concedieron empréstitos o avales con cargo al fisco, como ocurrió en la región pampeana. Al sur de la cordillera, en cambio, el gobierno encaró, mediante la instalación del presidio, un plan de colonización penal que consiguió el objetivo de aumentar la población, en una magnitud que si bien fue importante en términos relativos, alcanzó guarismos absolutos muy bajos. En 1914 la población total censada apenas superó las 2.500 personas.

Desde entonces y por casi cuarenta años la isla sufrió las consecuencias de un estancamiento demográfico y económico, que sólo empezó a cambiar con el auge petrolero iniciado en el gobierno de Frondizi. Debieron transcurrir casi dos décadas más para que, mediante la herramienta de un régimen impositivo promocional, Tierra del Fuego comenzara a incrementar fuertemente su población, al tiempo que se transformaba su atrasada estructura productiva.

A partir de ese momento pasaron otros treinta años y cambiaron muchas cosas. La inmigración, antes objetivo principal de una política oficial, se fue convirtiendo en un serio dilema, no sólo para las autoridades sino para el conjunto de la sociedad. Una sociedad, por cierto, conformada por inmigrantes y sus descendientes.

Y es que la inercia del fenómeno migratorio (combinada con el crecimiento vegetativo potenciado por una estructura demográfica “joven”) amenaza con convertir en estructurales a los indicadores negativos que hoy registran variables como la demanda de fuerza de trabajo y el stock de unidades habitacionales y de tierras aptas para la construcción de viviendas. La prestación de los servicios estatales, por su parte, también sufre los efectos de esta presión, y en muchos casos aparecen síntomas alarmantes que se asemejan a los que prologan un colapso.

Ahora, bien: ¿cuáles son las causas para que el flujo migratorio no se detenga? Por un lado, observando su composición, se puede concluir que muchas de ellas se explican por la grave situación económica vigente en un importante conjunto de provincias argentinas, así como, también, por las dificultades existentes en países limítrofes. En cualquiera de esos casos, se trata de problemas cuyas soluciones escapan al alcance de los gobernantes fueguinos.

“Fronteras adentro” de la isla, en tanto, es posible que la expansión de las actividades vinculadas con el turismo (a partir de 2002) y también de la industria (desde el año siguiente) hayan alentado expectativas optimistas que hoy, cuando esos rubros sufren la retracción provocada por la crisis financiera global, no encuentran respaldo en la realidad.

Además, podemos presumir que en el imaginario de muchos inmigrantes -recientes o potenciales- persiste la fe en una suerte de El Dorado austral, personificado en un Estado espléndido que puede ofrecer múltiples e inagotables puestos de trabajo sin oponer casi requisito alguno de ingreso ni exigencias de desempeño. Un Estado capaz de pagar a sus empleados unos sueldos formidables; de aumentárselos aunque su productividad se estanque o disminuya; y de garantizar una estabilidad laboral a prueba de fallos. Un Estado que puede sostener un régimen jubilatorio excepcional que hasta resarce los padecimientos invernales; un empleador tan magnánimo como para posibilitar en algunos casos que los hijos hereden el cargo de los que se jubilan o abandonan este valle de lágrimas, y en otros de solventar los gastos de traslado aéreo del grupo familiar cuando se van de vacaciones.

Un Estado al que, por si todo esto fuera poco, le sobra capacidad para brindar educación, salud y seguridad de alta calidad, así como para atender sin inconvenientes la creciente demanda de servicios básicos como la provisión de electricidad y agua potable. Un Estado preparado asimismo para asistir con eficacia y prontitud a los carenciados, mientras proporciona viviendas baratas y otorga créditos blandos a todos quienes los pidan. Un Estado, en suma, capaz de llevar a la práctica con suma eficiencia unos loables principios fraternos por todos compartidos, sin prestar atención a las limitaciones económicas que sólo se atreven a plantear los insolidarios, o los canallas.

Aunque, pensándolo bien, quizá ese pagano Dios-Estado omnipotente no exista sólo en la imaginación de los inmigrantes.

Link: El dilema de la inmigración (1ra. parte)

Imagen: retrato de Carlos Pellegrini.

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