jueves, septiembre 10, 2009

Podemos estar peor


La selección se hundió anoche un poco más en el pantano. Tras diez o quince minutos en que intentó controlar la pelota para atacar, fue cayendo poco a poco en un desorden generalizado, empezando por la defensa. Asustaba ver la lentitud de Sebastián Domínguez y su falta de acople con el rústico Heinze, quien además se empeñaba en dirigir sus rechazos de cabeza hacia los jugadores rivales. Extrañaba comprobar la desorientación de Mascherano, dubitativo como nunca antes, quizá arrastrado por el tembladeral que sentía a sus espaldas.

Pero del medio hacia adelante, nada era mejor. La ubicación de Verón, abierto por la derecha, no se entendía, no sólo porque no tiene el "recorrido" necesario para ese puesto, sino porque desde esa posición no lograba generar un circuito de fútbol elaborado, que se supone era lo que se esperaba de él. Por el otro lado, Dátolo aportaba al menos atrevimiento y ganas, ingrediente este último que entre sus compañeros no aparecía. Sin embargo, sus centros no encontraban una referencia en el área, por la sencilla razón de que el equipo no contaba con un delantero de esas características.

Sólo el arquero Romero transmitía seguridad y decisión, lo cual no deja de ser un paradoja, tratándose de un muy joven debutante en un equipo plagado de estrellas. Además, los palos lo salvaron en dos oportunidades, hasta que no pudo impedir el gol luego de una muy buena combinación de los delanteros paraguayos, bajo las atentas miradas de Domínguez, Heinze y Zanetti.

Parecía estar todo dado para una goleada en contra. Para colmo, a poco de empezar el segundo tiempo Verón se hizo echar en una jugada intrascendente. Sin embargo, el desastre no ocurrió, porque Paraguay padeció lo que Jorge Valdano denomina "miedo escénico". Tenía todo servido para florearse, y terminó comprometido y aferrado al golcito de ventaja contra un rival disminuído y sin ideas. Faltando treinta segundos, el empate se le escapó a Schiavi por unos centímetros.

Esto es lo desesperante: tal como ocurrió en el partido con Brasil, el rival no mostró demasiadas virtudes. Apenas un gran fervor y mucha decisión para aprovechar las innumerables ventajas dadas por Argentina. Su defensa también mostraba flaquezas, pero los nuestros nunca estuvieron siquiera cerca de aprovecharlas. Una vez más, Messi deambuló como perdido, sin encontrar socios ni espacios.

Tengo la sensación de que las culpas son compartidas. Maradona, cuyas carencias como conductor de un grupo son evidentes, no ha encontrado el equipo, como se suele decir, y parece desconcertado. Los continuos cambios de jugadores son un síntoma de esa confusión. Pero los jugadores, en su enorme mayoría con gran experiencia en ligas muy competitivas, tampoco logran sacudirse la mediocridad que los domina. Como resultado de todo esto, el equipo no tiene una línea de juego y flota en la intrascendencia.

Me siento tentado a establecer un paralelo entre la realidad de nuestra selección y la decadencia que muestra el país en todos los órdenes, pero trato de evitar el ejercicio de una especie de filosofía de café. Lo único que se me ocurre es recordar otra vez aquella frase de Geno Díaz: "Muchachos, no digamos que no podemos estar peor, porque podemos..."

(La foto es de La Nación)

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