martes, octubre 28, 2008

Una historia, dos finales


La noticia, pese a ser frecuente, no deja de resultar agobiadora. Siete jóvenes, de entre 18 y 26 años, involucrados en un trágico accidente de tránsito en Buenos Aires: tres muetros, dos heridos graves. Tengo hijos de esa edad, no puedo menos que pensar en ellos.

Los chicos viajaban muy rápido en un Renault Megane, a las cinco y pico de la mañana, por la avenida Santa Fé, y se estrellaron contra un contenedor (o "volquete") de una obra en construcción, que estaba depositado en la calzada junto a la acera, entre Laprida y Anchorena.

Es algo desolador. Las vidas de tres chicos tronchadas, las de otros dos al borde del abismo. Un comisario que declara que "ese volquete no tenía que estar ahí". Alguien que afirma que el volquete se desplazó diez metros a consecuencia del impacto. Testigos-acusadores que aseguran que en la zona hay varios contenedores estacionados como ese.

De pronto, pienso que -como en una película- el final de la historia podría haber sido distinto.

Quizá de esta manera:

Ramón avanza por Anchorena aferrado al manillar de su bicicleta. Son más de las cinco de la mañana y tiene que llegar a tiempo al bar del Abasto en el que se gana la vida. Más tarde va a acompañar a su mujer a la consulta del ginecólogo: lo más probable es que ella esté embarazada del hijo de ambos. Su primer hijo. El semáforo de Santa Fé está en verde, y Ramón se alza presuroso sobre los pedales, mientras imagina la carita de ese chango que está por venir. Quizá por eso, distraído, no alcanza a ver al Renault Megane que acomete contra él desde su derecha. Hay un chirrido de gomas, un ruido sordo, un grito: "¿Qué hiciste, boludo?" Ramón no lo escucha, no puede escuchar: está inmóvil sobre el asfalto, y de su boca emerge un hilo de sangre.

¿Cuál de los dos finales, el real o el imaginario, es el más triste?

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