lunes, octubre 13, 2008

Los invictos siempre saben


Los periodistas deportivos, quizá obligados por la necesidad de llenar espacio en la multitud de programas televisivos que los tienen de protagonistas (a ellos, no a los deportistas...) han desarrollado una capacidad para emitir juicios -que no opiniones- fenomenal. De un tema mínimo y/o insignificante pueden extraer horas de chacoteo (u océanos de tinta, si el medio es gráfico) cubriendo por completo la franja semanal. Si Riquelme estornudó cuando salía del entrenamiento, ello puede ser interpretado como una molestia con el cuerpo técnico porque no se sintió abrigado como correspondía.

Tanta verborrea los ha erigido, a fuerza de ejercerla, en jueces capaces de conocer siempre qué hubiera sido lo más adecuado en el momento preciso. Nadie sabe si Martín Liberman, por nombrar a uno cualquiera de "los invictos" (como los llama con ironía el director técnico uruguayo Oscar Tabarez) le sabe pegar a la pelota con tres dedos o si - como es muy probable- por lo general impacta el balón con la canilla asignándole un destino incierto. Pero él estará siempre dispuesto a explicar con lujo de detalles la manera en que Carlitos Tévez debería haber acomodado el cuerpo para evitar que su remate saliera desviado por centímetros.

Una vuelta de tuerca de este fenómeno reapareció ayer en los medios, luego del partido entre Argentina y Uruguay. La cuestión fue que el seleccionado albiceleste habría caído en la trampa del rival, que propuso un partido trabado para contrarrestar el potencial mejor juego nuestro. Palabra más o menos, eso dijeron los invictos de los principales medios.

Propongo otra visión del asunto. Ubíquese el lector como protagonista de un partido de fútbol en que el cuadro contrario, como lo hizo ayer el uruguayo, apela no a una supuesta y sutil "trampa" sino, para decirlo claro, a la violencia desembozada. No sé qué haría usted, pero yo apretaría los dientes y me dispondría a aguantar y meter a mi vez la pierna con mucha fuerza. Sobre todo si del otro lado se me viene alguno de los delicados muchachos que portan con justificado orgullo la blusa celeste, tales como Diego Pérez o Eguren. Es posible que en ese menester perdiera mi apostura o mi destreza (en caso de tenerlas) y mi capacidad para generar juego se diluyera paulatinamente.

Que un partido caiga en el grosero intercambio de patadas, como ocurrió el sábado, se puede impedir mediante un arbitraje solvente. Calidad por completo ajena al impresentable juez paraguayo que recién amonestó al susodicho Pérez a los 40 minutos del segundo tiempo.

El equipo no jugó bien, salvo esa ráfaga de los primeros quince minutos (con "liga" incluida, ya que el primer gol vino tras un rebote en el cuerpo del árbitro que le dejó la pelota servida a Riquelme). Pero de no haber recurrido a la pierna firme, quizá ahora los invictos estarían cantando loas a la tradicional garra charrúa que les permitió llevarse los tres puntos.

(La imagen de este post es de La Nación.)

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