
Los indicios son muchos: se manifiestan en los follajes de los árboles, las laderas de los cerros circundantes y en mis propios huesos, hoy mucho más sensibles que antaño a las bajas temperaturas...
Pero hay otro síntoma característico y recurrente: las zanjas.
Sí, señoras, señores y por qué no niños: una vez más, cuando está por llegar el invierno -la época en que como es archisabido el clima de la región condiciona de modo severo la realización de obras al aire libre- reaparecen las zanjas destinadas a tendidos de cañerías o cables con diversos fines. En un mes o mes y medio más, esas zanjas estarán cubiertas de nieve, lo que obligará a paralizar las obras aunque, claro, no impedirá que esas excavaciones conformen unas trampas peligrosísimas para los caminantes e incluso para los vehículos.
Pese a que mi capacidad de asombro está cada vez más reducida, me sigue resultando incomprensible que esto siga ocurriendo. Parece algo hecho a propósito. Parafraseando al inolvidable Pepe Biondi, qué eficiencia para la ineficacia...
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