viernes, abril 17, 2009

Políticos como cigarras


El carácter dinámico de los sistemas económicos es un fenómeno con las suficientes antigüedad y entidad como para haber justificado, hace ya bastante tiempo, su estudio por parte de la ciencia. En efecto, la teoría de los ciclos (o de las fluctuaciones) es uno de los campos más importantes del análisis macroeconómico, en el que se han destacado muchos pensadores de fuste, siendo considerado como el principal de ellos el austríaco Joseph A. Schumpeter (1883-1950).

Sin embargo, comprender, al menos, la esencia del asunto no es algo demasiado complejo. Hay períodos en los que el desarrollo de los negocios evoluciona de manera negativa, con baja de la producción y de las ventas; la acumulación de “stocks” induce a los empresarios a postergar inversiones, se incrementa el desempleo y se produce una caída en el consumo de las familias. Las cosas continúan de ese modo hasta llegar a un punto en que es necesario invertir para reponer el equipamiento de capital envejecido, lo que da comienzo a una fase contraria: crece el gasto de las familias, lo que estimula a las empresas a aumentar la actividad y la demanda de fuerza laboral. Esta recuperación hará llegar la producción hasta un nivel máximo o de auge, con plena ocupación de la capacidad instalada, lo cual continuará hasta que la demanda alcance un punto de saturación, generando un proceso recesivo con disminución del nivel de actividad, el empleo y el gasto. Se trata de las cuatro fases que tiene todo ciclo económico: depresión, recuperación, auge y recesión; y vuelta a empezar…

Las causas que originan estos movimientos son diversas, y pueden estar originadas en aspectos estacionales y tecnológicos (incluyendo los cambios en los gustos y las preferencias), así como políticos. Ello determina que existan unos ciclos largos, con fases de cuarenta o cincuenta años, otros de duración media (entre cinco y diez años) y otros de “onda” pequeña, de unos cuarenta meses. Pero, además, como no siempre siguen los mismos patrones de comportamiento, suelen resultar difíciles de prever. Sobre lo que hay consenso casi unánime en la academia es que en materia de crecimiento económico, como en la película protagonizada por Robert Redford y Brad Pitt, “nada es para siempre”.

Ahora bien, que esto sea así no significa que haya que abandonarse al fatalismo. Cualquier manual de economía describe las políticas de estabilización o anticíclicas, es decir: unas medidas destinadas a revertir las tendencias, procurando evitar tensiones inflacionarias en fases ascendentes o la prolongación de las etapas descendentes. Los gobiernos pueden acudir para ello tanto a las herramientas monetarias como a las fiscales, que son las relacionadas con los impuestos y el gasto público. En cierta forma, se podría decir que el mecanismo de las políticas anticíclicas está emparentado con la prudencia que guiaba a la hormiga en la fábula que nos contaron en la infancia.

Cualquier pequeño comerciante, dueño de taller o productor rural (con perdón de la palabra), y con más razón en la “hipercíclica” Argentina, tiene el concepto de las fluctuaciones internalizado de modo indeleble, por lo que sabe que al enfrentar la fase descendente, sus oportunidades de permanecer en el mercado dependerán de la prudencia y razonabilidad con que se haya administrado durante el auge. Quizá no haya siquiera escuchado mencionar a Schumpeter, Kondratieff o Kydland, pero sí a Samaniego...

Los que no parecen tener buena memoria, a juzgar por la conducta que la mayoría de ellos muestra en materia de gasto fiscal, son nuestros dirigentes políticos. Sabido es que los egresos públicos se financian de manera primordial con el producido del sistema impositivo, y que la evolución de la recaudación copia la del nivel de la actividad económica de la cual se nutre. El problema es que durante las fases de expansión y auge, los gobernantes actúan a semejanza de la cigarra, como si el “verano” no fuera a terminar nunca.

Un ejemplo patético (perdón, quise decir patente) de esto es el crecimiento experimentado por el gasto del gobierno nacional, sobre todo en 2007 y 2008, hasta alcanzar una dimensión que ahora, en plena fase recesiva, no sólo le dificulta tomar medidas anticíclicas, sino que lo está obligando a recortar subsidios, postergar sin fecha inversiones y hasta a medidas desesperadas como la confiscación de los ahorros de los trabajadores en el sistema jubilatorio de capitalización. Según el economista Carlos Melconián, si se descontara el valor de este último concepto del total de los recursos, desaparecería el superávit fiscal primario.

Pero el gobierno central no está solo en su imprudencia de cigarra, ya que muchas administraciones provinciales han tenido una conducta similar, lo que las ha llevado a situaciones deficitarias que en los casos de menor gravedad derivan en un peligroso endeudamiento, y en otros en la amenaza de la cesación de pagos lisa y llana. Los casi $ 12.000 millones (ó U$S 3.200 millones) del déficit previsto para este año por las autoridades bonaerenses no constituyen, pese a su dimensión, el agujero financiero proporcionalmente más escalofriante de las arcas públicas de las provincias, cuyo rojo conjunto rondaría los $ 20.000 millones. De allí que hayan surgido las versiones sobre la reaparición de las “cuasi monedas”, aquellos papeles con nombres que sonaban a productos farmacéuticos (Lecor, Boncafor, Cecacor) o tenían una connotación si se quiere folklórico-patriotera (Patacón, Federal, Quebracho), y que quedaron en la memoria colectiva como íconos de tiempos en los que se llegó a teorizar sobre la supuesta inviabilidad de algunas provincias. Por supuesto que las jurisdicciones más afectadas no pueden siquiera fantasear con medidas fiscales que estimulen el consumo y la inversión, tales como incrementos en la obra pública o aplazamientos impositivos.

Así las cosas, todo indica que la fragilidad del cuadro fiscal consolidado, que parece aproximarse al borde del abismo tras sólo dos trimestres consecutivos negativos, no sólo condicionará a la Nación y las provincias en forma muy severa, sino que posiblemente retardará la recuperación general, con sus duras consecuencias en materia de desempleo. El ciudadano común, mientras tanto, no puede menos que preguntarse por el real contenido del “estado de bienestar” –medido en términos de calidad de los distintos servicios del gobierno en salud, educación, seguridad, asistencia social, etc.- resultante tras seis años de declamada heterodoxia económica.

(Publicado en "El Diario del Fin del Mundo" el 17-04-09)

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1 comentario:

Cara&Seca dijo...

Efectivamente tu clara explicación demuestra que todo ha sido inventado, pero podríamos agregar un ingrediente adicional que es el manejo discrecional de la ¨caja¨que hace el gobierno nacional, ese manejo a través del cuál no se cumple con el ¨goteo¨de la coparticipación mostraría que de haber cumplido con él deberían llegar a la Pcia de Bs.As. la nada despreciable suma de $11.000.000.000,- que se le adeuda desde el año 2007, con lo cuál practicamente cubriría su déficit y le dejaría las manos limpias para poder dirigir sus destinos, pero como en la política está primero la obediencia debida el lamentable Scioli no va a reclamar judicialmente estas deudas. Saludos José Luis Baragiola