martes, junio 29, 2010

Ganar bien sin jugar bien


Analizando el partido contra México surgen algunas sensaciones extrañas, que se superponen con la alegría por la victoria.

Por un lado, creo que Argentina no jugó bien, pero su triunfo no admite mucha discusión. Claro, si esto lo lee un mexicano seguramente pondrá el grito en el cielo, dado que nuestro primer gol debió haber sido anulado por la más que evidente posición adelantada de su autor. Sin embargo, el trámite del encuentro -que no fue bueno- marcó otra cosa. Lo que pudo haber sucedido si el árbitro hubiera invalidado esa conquista forma parte de un ejercicio contrafáctico, imposible de corroborar, como todos ellos...

Me parece que el planteo defensivo del técnico de México, a primera vista eficaz, terminó condenando a su equipo a la derrota, confirmando las reservas de más de uno de sus compatriotas. Esa mezquindad, no obstante, pudo haberle dado resultados en los primeros tramos, cuando -mientras Argentina no conseguía hilvanar acciones de ataque-  sendos pelotazos de Salcido (¡qué bien y qué fuerte le pega!) y Guardado, por muy poco no terminaron en goles. A su turno, en cambio, Argentina mostró su eficacia. Tras varios escarceos en la mitad de cancha, donde los aztecas habían organizado una resistencia digna de una trinchera que a los argentinos les costó trasponer, sobrevino una breve ráfaga de encuentros de Messi, Tévez e Higuain que terminó en dos goles. Esa es la principal virtud de este equipo argentino: si consigue llevar las acciones a los últimos cuarenta metros de la cancha imprimiendo celeridad a su juego, la capacidad individual de sus tres hombres de ataque para crear y aprovechar oportunidades resulta temible.

Para colmo, a poco de empezar el segundo tiempo Carlitos Tévez clavó ese golazo desde fuera del área, y pareció que la cosa estaba liquidada. México por entonces trataba de modificar su actitud, pero la desventaja ya era muy grande, y no le alcanzó la levantada para capitalizar el flojo desempeño argentino después del tercer gol. Maradona hizo ingresar a Verón por Tévez, con la idea de armar una segunda línea de cuatro en la zona de volantes y así "cerrar" el partido. Por una parte, se trató de una decisión bien diferente a la que adoptó contra Corea del Sur, cuando, ante el crecimiento del rival, reemplazó al Apache por Agüero y liquidó el partido con un par de letales encuentros del Kun y Messi. Este domingo, en cambio, optó por una idea más conservadora, pero la cosa no funcionó. Argentina no logró el control de la pelota pese a intentarlo y, por lo tanto, no pudo armar contraataques; así, los mexicanos "se nos vinieron", consiguieron un tanto (¡qué facil es "arrear" a esta desteñida versión de Demichelis!) y estuvieron a punto de marcar el segundo. Argentina se fue metiendo, quizá inconscientemente, cada vez más atrás, pero México no tuvo tiempo ni convicción para trepar ese último par de escalones.

De nuevo, vuelvo a las sensaciones "raras". Ganamos bien sin jugar bien, mostramos nuestras virtudes y, también, nuestros defectos, en especial en la segunda parte. Allí Verón no llegó a jugar el rol de conductor que se espera de él. Es posible también que el ingreso de Jonás Gutiérrez haya sido tardío, cuando desde hacía rato el cansancio no le permitía a Di María (que, dicho sea de paso, aún no ha podido  demostrar sus condiciones ofensivas) seguir colaborando en la recuperación. Me parece, además, que Messi jugó su partido más flojo del Mundial, pecando de un exceso de individualismo.

Un comentario al margen: lo sucedido con ese primer gol debiera servirnos a los argentinos para desterrar las teorías conspirativas cada vez que nos va mal (lo cual no ocurre, por cierto, sólo en el plano futbolístico). En otras palabras,  ya es hora de que dejemos de quejarnos por el penal en contra que nos cobró Codesal en la final de 1990, y/o de las decisiones arbitrales que terminan favoreciendo a Brasil. Con la mano de Dios que levantó Maradona en 1986 y la mano que no levantó esta vez el juez de línea italiano, deberíamos tapar nuestras bocazas.

Ahora nos toca Alemania. Pero P & M esperará un par de días más para dar su pálpito. ¿Miedo, desconfianza?  ¡De ninguna manera! Sólo es prudencia...

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