miércoles, junio 30, 2010

Matrimonios y algo más


El Senado analiza en comisión  un proyecto de ley que ya cuenta con la media sanción de Diputados, por el que se modificaría el Código Civil habilitando el matrimonio entre personas del mismo sexo. Como ha ocurrido en otras partes del mundo, la cuestión moviliza intensos debates.

El asunto tiene muchas aristas. Una de ellas, en mi opinión, es la confusión entre el ámbito religioso y el del derecho civil. La Iglesia Católica no se opone sólo a que los homosexuales celebren un matrimonio religioso, sino que va más allá,  al pretender que tampoco puedan hacerlo en el ámbito civil incluso aquellos que no profesen dicha fe.  El amplio espacio que la institución ocupa en el debate refleja, por supuesto, la proporción de católicos entre la población total, pero esa "mezcla" (¿intromisión?) no puede menos que ser llamativa.

Esta postura no es exclusiva del catolicismo. En el mundo islámico la cuestión de la homosexualidad (ni pensar en el matrimonio)  recibe un tratamiento, digamos, muy poco tolerante. No hay más que recordar la opinión al respecto del pintoresco (llamémoslo así) Mahmud Ahmadinejad, presidente iraní, cuando dijo: "En nuestro país no tenemos ese problema".  De ser ello cierto, debería atribuirse a la eficacia de la pena de muerte con que lo combaten...

Otro enfoque es de supuesta índole moral. Quienes consideran a la homosexualidad como una perversión o algo por el estilo, alertan sobre un eventual "contagio" que se dispararía con la legalización del matrimonio gay, como si la preferencia sexual fuera determinada por una bacteria. Y desde allí dan un paso más, presagiando la destrucción de la institución familiar. Este punto requeriría la previa definición del concepto de familia, ya que la composición tradicional (padre, madre, hijos) convive desde hace tiempo con otras (como las monoparentales).  Pero más allá de esto, el prejuicio ignora que entre las familias de heterosexuales no son infrecuentes las situaciones aberrantes (abuso sexual de padres a hijos, violencia física de género, etc.),  mientras que son numerosas las parejas homosexuales bien avenidas. Por supuesto que en uno y otro campo -si se me dispensa la discriminación- se dan los casos contrarios (heterosexuales bien avenidas, homosexuales problemáticas) pero lo concreto es que no está demostrado que la orientación sexual sea determinante al respecto.

También está la mirada ideológica. Tanto en la Argentina como en los países nórdicos, España y Canadá, por citar a algunos, la reivindicación del matrimonio gay es de izquierda; por el contrario, sus enemigos suelen estar enrolados en la derecha. Sin embargo, de un modo paradojal la historia muestra que las discriminaciones y hasta las persecuciones más despiadadas contra los homosexuales fueron perpetradas en las llamadas repúblicas socialistas, desde la implacable URSS de Stalin hasta la Cuba del presente. Una variante caricaturesca de esta mirada es la de la corrección política, que en su versión llevada al extremo consistiría en lo siguiente: el hombre/mujer que elije tener sexo con otras mujeres/hombres es poco menos que un retrógrado filofascista.

Para cerrar estos apuntes sueltos, un comentario sobre cierta actitud bastante frecuente en diversos ámbitos de la comunidad, independientemente del nivel de ingreso o estrato social. Me refiero a esa postura que se sintetiza en frases como "No tengo nada contra la homosexualidad, mientras no la hagan obligatoria", que tras la máscara irónica rezuma un miedo tal vez inconfesable. Quienes la repiten ¿acaso temen que la autorización del matrimonio gay haga tambalear sus propias preferencias sexuales? ¿Significa que el casamiento entre las dos lesbianas que habitan el departamento vecino puede, de pronto, incitar a un señor hasta entonces convencidísimo heterosexual a relacionarse con alguien de su mismo sexo? ¿No es esta idea demasiado simplona y estúpida como para autosostenerse?

¿Saben qué es lo que pienso de todo esto? Pues, algo muy simple: hay que vivir y dejar vivir...

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