martes, junio 29, 2010

Una embajada que no existió pero existió


En medio de la marea informativa que provoca el Mundial de fútbol, las noticias sobre los temas de la política doméstica pasan casi inadvertidas. Quiero decir: inadvertidas incluso para el minoritario porcentaje de la población que lee diarios y, de las emisiones televisivas, presta atencíón a algo más que los shows tillenianos y el resto de la escoria designada como realities.

El fenómeno acentúa el virtual estado de coma que aqueja al argentino promedio, único diagnóstico capaz de explicar una situación caracterizada por un gobierno que dedica el 90% de sus energías a tratar de desviar, desmentir o descalificar las denuncias de corrupción que, con frecuencia serial, brotan casi cotidianamente cual abscesos rebosantes de pus, y por una población que parece no darse cuenta de nada.

El caso del momento es el de la embajada paralela en Venezuela, surgido a raíz de las denuncias del ex embajador argentino en tierras chavistas, Eduardo Sadous, primero realizadas en sede judicial y luego ratificadas en el Congreso. El gobierno ha reaccionado con llamativa exaltación, primero negando su existencia (táctica en la que llevó la voz cantante el inefable jefe de gabinete) y, casi enseguida, confirmándola a través del ministro De Vido, quien usó como justificativo una supuesta incompetencia del diplomático. La flagrante contradicción, expuesta además con un discurso acusador y altisonante, se cuidó de recordar que las "actividades comerciales" encaradas por su cartera -que no es la encargada de las relaciones exteriores, por cierto-  continuaron mucho después del reemplazo de Sadous, primero por Nilda Garré y luego por Alicia Castro.  Ninguna mención, por supuesto, le mereció tampoco el desempeño de Claudio Uberti, defenestrado obligadamente del gobierno a raíz del affaire de la valija que el mequetrefe Antonini Wilson  bajó de un avión contratado por Enarsa, empresa cuasi-fantasma que gira en torno a la órbita del ministerio a su cargo.

Insisto en el estado de inconsciencia que parece dominar a la opinión pública, lo cual de alguna manera permite comprender que, según los encuestadores, la deteriorada imagen de los máximos exponentes del gobierno haya mejorado en la consideración general durante los últimos meses. Esto ocurre mientras muchos  medios de prensa mantienen -por distintos motivos- unas líneas editoriales que oscilan entre la postura opositora y la independencia, lo cual permite inferir sin mayores dificultades lo que ocurriría si -como pretenden el gobierno y cierto progresismo vernáculo-   el oficialismo lograra avanzar en sus intentos de acallar a las voces que no apoyan al proyecto

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