domingo, julio 19, 2009

Jugar lindo, jugar bien, ganar...


(Divagaciones a la hora de la siesta,
en un domingo sin fútbol)


Hubo un tiempo en que el fútbol de primera división se jugaba sólo los domingos. Tiempo en que, tras el apurado consumo de los ravioles "de la vieja", los futboleros íbamos a la cancha para sufrir (porque, en última instancia, el sufrimiento es un componente tan importante del espectáculo futbolístico como el placer) por los colores queridos. Los sábados se jugaban sólo los torneos de ascenso, y los viernes, sencillamente, no había partidos.

Hoy eso ha cambiado por completo, bajo los dictados de la televisión. Y no sólo hay fútbol de primera los viernes y sábados, sino que un martes, por ejemplo, uno se puede topar en la pantalla con las escenas de un partido entre dos equipos de alguna remota división del ascenso transmitidas en directo.

De cualquier manera, cuando un domingo no hay fútbol -como hoy- parece que "falta algo". Y entonces, puede pasar que el futbolero se entregue al ejercicio de las divagaciones, que es lo que sucede hoy conmigo. Aquí va, entonces, el producto de mis disquisiciones.

- Menottistas y bilardistas

El reciente triunfo de Estudiantes de La Plata en la Copa Libertadores, pocos días después de la definición del torneo Clausura con la consagración de Vélez Sarsfield (o con la frustración de Huracán, que tuvo más repercusión) reactualizó el debate entre los partidarios del "fútbol lindo" y los del "eficiente".

El asunto no es nuevo y, como suele ocurrir en nuestro país, la polémica alcanzó el rango de una gran antinomia, cercana a las más virulentas de nuestra tradición política (unitarios y federales, peronistas y antiperonistas). Buceando en la memoria, creo que los orígenes de la cuestión (o, al menos, de su versión moderna) pueden ubicarse unos treinta y cinco años atrás, cuando la selección argentina sumó una nueva frustración en el Mundial de Alemania.

Y debo retroceder un poco más, para recordar que cuando tras la segunda guerra se reanudaron estas competencias, nuestros representativos no participaron en las de 1950 y 1954 porque decíamos (y creíamos) que éramos los mejores y no necesitábamos demostrarlo. Tras esta argentinada, accedimos a entreverarnos con la plebe y fracasamos de manera estrepitosa y sucesiva (en 1970 ni siquiera nos clasificamos).

Tras la debacle del 74 fue designado DT César Menotti, que venía de dirigir al Huracán campeón del año anterior. un equipo que quedaría en la historia por la alta calidad de su juego.

El nuevo conductor se propuso amalgamar la buena técnica del jugador argentino con atributos hasta entonces casi menospreciados, como la velocidad de los desplazamientos y la disciplina táctica. Además, tomó la acertada decisión de salir a competir por el mundo, para que sus dirigidos conocieran las características del juego europeo y, como consecuencia de ello, le perdieran el miedo.

El resultado no pudo ser mejor, no sólo porque la selección ganó el campeonato de 1978 jugando muy bien, sino porque desde entonces los equipos blanquicelestes se instalaron en el nivel más alto de las competencias internacionales.

El ciclo de Menotti se cerró en España 1982, cuando tras la reaparición de la soberbia (los jugadores admitirían luego que antes de jugar pensaban que ya eran campeones) ni siquiera llegamos a semifinales. Y entonces se produjo la designación de Carlos Bilardo como DT, hecho que daría inicio al debate interminable: menottistas vs. bilardistas.

- Confieso que he vivido

Bilardo era algo así como la continuidad ideológica de Zubeldía, el DT que había llevado a Estudiantes a la conquista de tres Copa Libertadores y una Intercontinental sustentando sus posibilidades de éxito en un pragmatismo casi salvaje: defensa dura, al filo del reglamento; trabajo "psicológico" contra el adversario; aprovechamiento de jugadas con pelota parada (como el novedoso lanzamiento de tiros de esquina con "pierna cambiada"), etc.

Por aquellos años, yo era un tipo de convicciones muy (demasiado) firmes. Entonces, adherí sin miramientos al "ideario" menottista. La verdad del fútbol consistía, para la gauche menottiana, en practicar un lirismo que privilegiaba el juego agradable a la vista, anteponiendo esa premisa a cualquier otra; los que no tomaban en cuenta esto, eran tachados de meros resultadistas, adalides del antifútbol.

Del otro lado, los execrables bilardistas, que justificaban cualquier ventaja obtenida a partir de un desequilibrio emocional del contrario y no trepidaban en celebrar un gol conseguido -qué asco!- tras un centro con comba que había tomado a contrapierna a la defensa rival. A los bilardistas esto no sólo no les importaba, sino que los enorgullecía: los contrarios eran unos pobres líricos.

Después, las convicciones menottistas -al igual que otras- comenzaron a temblar, cuando el equipo dirigido por el semidespreciable Bilardo ganó el Mundial de 1986, y uno se descubrió a sí mismo celebrando como un desaforado -aún antes que la memorable victoria en la final contra Alemania- aquel gol trucho de Maradona contra los ingleses...

- Jogo bonito

Waldir Pereira fue un futbolista brasileño conocido por su apodo, Didí, que integró los seleccionados campeones mundiales de 1958 y 1962. Tiempo después, como técnico de River Plate, acuñó la expresión "jogo bonito" para referirse a la forma en que él quería que jugara su equipo. Si se miran los resultados no tuvo éxito, pero su gestión le dió aire a una generación de jugadores riverplatenses que poco más adelante le daría grandes satisfacciones a ese club, entre ellos el Beto Alonso y J. J. López.

Las fortalezas del jogo bonito coincidían con el "tiki-tiki" que hoy proclama Angel Cappa: toque, rotación, buen trato de pelota. Pero sus debilidades eran no menos importantes: fragilidad defensiva, dificultades para sostener su juego ante un rival aplicado a la marca.

Es posible que la síntesis más certera del asunto fuera la que aportó otro brasileño, Elba de Padua Lima, apodado "Tim", que en 1968 condujo al San Lorenzo de mis amores al título de campeón metropolitano, venciendo en la final al Estudiantes de Bilardo. Tim decía que "el fútbol es una frazada corta: si te tapás los pies, te destapás la cabeza", aludiendo a los desequilibrios que surgen entre las propuestas ofensiva y defensiva de un equipo. Es, como en tantos órdenes de la vida, cuestión de elegir y de buscar el equilibrio.

En ese sentido, tengo para mí que el equipo que más se aproximó a una armonía casi perfecta entre todas sus líneas fue la selección brasileña que ganó el Mundial de 1970, cuya foto ilustra este post. La facilidad y contundencia con que aquellos monstruos (Pelé, Rivellino, Jairzinho, Tostao, Clodoaldo) dieron cuenta de la siempre dura y díficil Italia (donde revistaban "nenes" como Facchetti, Gianni Rivera, Gigi Riva y Boninsegna) estableció, a mi modo de ver, un hito cumbreño en la historia del fútbol.

Quizá la Holanda de 1974, aquella del "fútbol total" que lideraba el gran Johann Cruyff, haya estado cerca de alcanzar un nivel parecido, pero declinó en la final, ante la fría eficiencia de la maquinaria alemana y la potencia goleadora de Gerd Muller.

Los lectores que hayan llegado hasta aquí tal vez coincidan conmigo en que, desde 1974/82 a esta parte, la calidad o el nivel del juego en los mundiales ha venido descendiendo sin prisa pero sin pausa.

- Jugar lindo, jugar bien, ganar

Y alcanzado este punto, hagámonos las preguntas pertinentes: ¿qué significa, después de todo, jugar "bien"? ¿Es sinónimo de "jugar lindo"? Jugar "bien", ¿implica olvidarse de ganar?

Repito que para mí, Brasil 1970 reunió las tres premisas: jugaba lindo, jugaba bien y ganaba. Y de aquí saco una conclusión derivada, de algún modo, de la teoría de conjuntos: "jugar lindo" puede formar parte de "jugar bien", pero no es el único componente de este concepto.

Porque jugar bien implica desplegar con acierto las diferentes líneas en el terreno, defender con orden y firmeza cuando el rival ataca (porque, aunque muchos lo olvidan, el rival también juega y quiere ganar), aplicar la táctica adecuada, explotar las debilidades del contrario.

Huracán de 1973 (al que algunos trasnochados comparan con la versión 2009 de Cappa) jugaba muy lindo, merced al talento de Brindisi y Babington, y -en especial- al genio de René Houseman. Pero cuando los adversarios querían atacarlo, primero tenían que superar el trajín de "Fatiga" Russo en la mitad de la cancha, y luego se topaban con la experiencia y firmeza del Coco Basile y el uruguayo Chabay. En suma, también era difícil hacerle goles.

Aquel Estudiantes de Zubeldía , además de haber hecho un culto de ciertos criterios defensivos muy discutibles, tenía jugadores de buen pie como Madero, el Bocha Flores, Echecopar y Verón padre. Es decir, no era una horda de rústicos ventajeros.

Y hay todavía un par de preguntas más.

¿A la gente sólo le gusta que su equipo juegue lindo? Por supuesto que no. No sólo los argentinos celebramos el gol de "la mano de Dios"; también los brasileños festejaron enloquecidos el tetracampeonato mundial de 1994, sin que el "paladar negro" de la torcida resultara afectado en lo más mínimo por el juego tan gris como conservador de aquel equipo.

¿Jugar lindo no sirve para ganar campeonatos? Lo hecho por el rutilante Barcelona que ganó "todo" en esta temporada europea es la respuesta más contundente a tal pregunta.

Después de todo, tratándose de fútbol, las certezas no existen. Sino, que le pregunten a los hinchas de Atlético Rafaela lo que pensaban a dos minutos del final de su último partido contra Gimnasia y Esgrima de La Plata.

Por lo menos, así lo veo yo...

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